La literatura arqueológica registra muchos hallazgos de cuerpos humanos decapitados así como de entierros de cráneos con mandíbula que mantienen sus vértebras cervicales, los cuales generalmente se interpretan al estar relacionados con rituales que incorporan actos de decapitación y prácticas de exposición de cabezas trofeo.
Por lo general, los especialistas interpretan esta evidencia como muestra de prácticas sacrificiales ligadas a las ceremonias y rituales que caracterizan a muchos pueblos del México prehispánico desde épocas muy tempranas, por lo que es muy posible que el fragmento de escultura que aquí vemos sea el resultado de la decapitación ritual de la escultura original.
En la época prehispánica la mutilación deliberada de las imágenes era práctica común, las pinturas y las esculturas de barro y de piedra eran decapitadas deliberadamente, y pese a que existe la posibilidad de que esta práctica formaba parte de un ritual de renovación ligado al fin de un ciclo, en este caso cabe pensar que la decapitación de nuestra pieza se deba a un acto violento deliberado en el que se decapitó a ésta y a las otras esculturas que decoraban algún templo. Aunque, ciertamente, no se puede descartar la posibilidad de que nuestra pieza fuera rota accidentalmente siglos después.
A partir de este fragmento de escultura de piedra tallada en bulto redondo, podemos adivinar que pertenecía a una gran escultura de un personaje que estaba de pie, posiblemente sobre un pedestal, y que posiblemente medía un poco más de un metro de altura.
Sin embargo, lo que ahora vemos es solamente la cabeza labrada de un personaje masculino del que logramos reconocer un tocado distintivo que está conformado por una modalidad de casco apretado que ostenta un par de formas laterales que representan papel plegado así como un par de sencillas orejeras rectangulares, pero lo que sí destaca de nuestra pieza es su rostro, puesto que tiene los rasgos muy marcados. Los ojos, fabricados de concha tallada, ven fijamente hacia adelante y capturan la mirada del espectador, pero es la nariz de nuestra pieza la que la detiene; su enorme nariz es la que domina su rostro.
Lo anterior es relevante, puesto que no obstante a que la procedencia de nuestra pieza nos es por completo desconocida, por las semejanzas que comparte con las esculturas que se localizaron durante las excavaciones que se llevaron a cabo en la actual región del estado de Morelos, es posible que nuestra escultura pertenezca a un grupo escultórico tlahuica que formaba parte de una escenificación ritual que se localizaba en algún recinto ceremonial de este pueblo, cuyo estilo escultórico esquemático se vincula con algunas esculturas localizadas en el Templo Mayor de Tenochtitlan, mismas que pertenecen a su vez a un grupo estilístico cuyos orígenes se encuentran vinculados con la producción escultórica de la ciudad de Tula durante la hegemonía de los toltecas.