Esta pieza, particularmente extraña, donde a primera vista la técnica de fabricación de la cabeza pareciera no corresponder con la parte inferior del cuerpo. Mientras que el rostro fue hecho indudablemente en el centro de Veracruz, probablemente en la cuenca del río Jamapa, el resto de la figura parecería proceder de una pieza distinta y ensamblada antes de su venta. La aplicación de la pintura de chapopote sobre el cuerpo podría ser igualmente reciente. Sin embargo, una inspección más cuidadosa revela de inmediato su origen prehispánico. El barro es exactamente el mismo, lo que cambia en realidad es el acabado del cuerpo, pulido y con un engobe elaborado con arcillas distintas, no así los pies o lo que queda de las manos puesto que conservan el mismo terminado alisado del rostro.
El problema de la aplicación de la pintura negra, preparada a partir de chapopote, es distinto si es que lo enfrentamos a partir de su preservación en las diferentes partes del cuerpo. Podría quedar la sospecha de que las pinceladas aplicadas en ambas pupilas, los pezones y un mechón del pelo fueran de introducción reciente, pero también podría encontrase explicación a sus disimilitudes a partir del uso de pinturas diferentes, una más cargada de chapopote que la otra. Todas estas dudas en realidad vienen de una cierta predisposición de los “saqueadores” por introducir cambios formales en las piezas o hasta de reunir en un mismo objeto restos de figuras distintas, inclusive pintarlas con otros colores pensando que con ello aumentan su valor en el mercado de las antigüedades.
Sin embargo, este no es el caso del objeto que aquí nos ocupa, un personaje sedente con los brazos en alto y una curiosa saliente en el vientre. Nuestra figura lleva como rasgos de su alta jerarquía social los dientes limados a modo de hacer destacar los incisivos y dos grandes orejeras tubulares. Se trata junto con el collar y las ajorcas de elementos muy frecuentes en las figuras cerámicas del centro de Veracruz. Lo que definitivamente no es tan común es esta especie de marca en el vientre que se forma justo por debajo de las costillas.
Nuestra pieza seguramente corresponde al Clásico tardío, probablemente a los primeros años (ca. 600 d.C.), pero este tipo de depresiones en el abdomen se remontan a siglos atrás y sólo aparecen de manera “residual” en las Figurillas Sonrientes, las mismas que aprietan la lengua entre los dientes y de las cuales el Museo Amparo conserva una buena muestra de ellas.
Esta suerte de depresión en el torso comenzó a representarse en la llanura costera del Golfo de México por lo menos mil años antes en figurillas de barro de carácter asexuado y con la clara intención de referir la condición de los muertos. Es interesante que las Figurillas Sonrientes que aprietan la lengua entre los dientes para cerrar la boca a los vientos que “enferman” también la incorporen a modo de una discreta concavidad en el abdomen, razón por la cual podríamos inferir que nuestra pieza se encuentra simbólicamente relacionada con estas últimas y que fue deliberadamente rota en la antigüedad, “matada” ritualmente, para deshacerse de ella al considerarla contaminada por su uso ceremonial.
Esta pieza, particularmente extraña, donde a primera vista la técnica de fabricación de la cabeza pareciera no corresponder con la parte inferior del cuerpo. Mientras que el rostro fue hecho indudablemente en el centro de Veracruz, probablemente en la cuenca del río Jamapa, el resto de la figura parecería proceder de una pieza distinta y ensamblada antes de su venta. La aplicación de la pintura de chapopote sobre el cuerpo podría ser igualmente reciente. Sin embargo, una inspección más cuidadosa revela de inmediato su origen prehispánico. El barro es exactamente el mismo, lo que cambia en realidad es el acabado del cuerpo, pulido y con un engobe elaborado con arcillas distintas, no así los pies o lo que queda de las manos puesto que conservan el mismo terminado alisado del rostro.