Destaca la reiteración de la forma de vasija y además la función de toda la obra como contenedor. No obstante las cualidades figurativas, el volumen principal mantiene la configuración tradicional de los recipientes, la cual remite a siluetas geométricas básicas; en este caso se trata de un cántaro de cuerpo globular con cuello cóncavo y borde evertido; este último, por ser tan sobresaliente, acentúa la boca o abertura.
La apariencia humana se limita formas sobrepuestas o que se proyectan, de esta manera, el cuello se convierte en cabeza por el rostro compuesto por ojos, nariz, boca y orejas, y el cuerpo de la vasija en el de un hombre que extiende sus brazos al frente y carga un cuenco en actitud de ofrendarlo o ponerlo al alcance de alguien; la posición sugerida del resto del cuerpo es la de un individuo sentado en cuclillas, apoyado sobre las nalgas y la planta de los pies; los codos están apoyados en las rodillas; la conjunción de las extremidades sintetizadas con la forma esférica del cántaro figura una persona obesa.
Podemos suponer que está desnudo y pese a que carece de genitales, se identifica con claridad como un hombre porque la posición sedente indicada y la ausencia de senos, son característicos de las representaciones masculinas en la escultura del pueblo de las tumbas de tiro.
Como se mencionó, toda la obra funciona como recipiente; esto es en términos prácticos, ya que el cuenco tiene en su interior dos orificios circulares que corresponden con la ubicación de los brazos; es probable que, en el caso de contener algún líquido, fluyera perfectamente entre el cuenco y el cántaro efigie, pues los brazos y las piernas también están huecos.
El tamaño del cuenco es similar al de la cabeza, lo cual enfatiza su importancia, además tiene un rasgo decorativo: una pequeña depresión convexa que forma un cuello. Llama la atención la ausencia de ornamentos en la figura humana, a mi parecer, remite a su función como ofrendante y en este sentido descuella el papel de las bebidas y la comida en los rituales funerarios.
No sólo en el contexto histórico de la cultura de las tumbas de tiro, sino en el de todos los pueblos mesoamericanos, los difuntos no solían concebirse como materias inertes, trascendiendo lo biológico su existencia continuaba, quizás en estatus variados pero siempre vigentes en las comunidades, en sus dinámicas sociales, políticas, económicas, religiosas y cotidianas. Para la vida después de la muerte, su viaje al Mictlán o estancia en el inframundo, el difunto era provisto de recursos, y entre ellos sobresalen las vasijas cerámicas con alimentos.
En el complejo de entierros propio de la cultura de las tumbas de tiro se cree que los recipientes cerámicos constituyen la ofrenda principal que acompañó a los muertos. Son los objetos predominantes en todas las tumbas, desde las que se perciben como las más simples hasta las más elaboradas; se introdujeron a las cámaras incluso como fragmentos y piezas remendadas; por otro lado, hay tumbas en las que son el único objeto presente. El mayor número conocido de vasijas en espacios de este tipo es de 110 y corresponde a una famosa tumba de Huitzilapa, en Magdalena, Jalisco. Otro ejemplo cuantioso es la Tumba del sector 1 de Cerro del Agua Escondida, en la cuenca de Sayula, Jalisco, que se encontró saqueada, pero según los informantes contenía más de 70 vasijas de cerámica –junto a por lo menos 3 individuos –.
Respecto a la mayoría de las vasijas de Huitzilapa, los estudios botánicos y zoológicos de Bruce F. Benz revelan que contenían comida preparada y cruda; el material orgánico más común parece ser un filamento calcificado de hongo; igualmente había epidermis de plantas, tal vez carne de animal, huesos de pescados, pequeñas aves y mamíferos; y son comunes ciertas partes de insectos. Además se detectó la bacteria Bacillus tequilensis, en alusión directa a la bebida del tequila.
No sabemos qué se hallaba dentro de nuestro cántaro efigie, pero el hecho de que simultáneamente sea la imagen de un ofrendante insinúa su dedicación a un muerto de jerarquía elevada y la relevancia de lo contenido.