Después de una fase Nevada aún mal conocida pero que atestigua ya la pertenencia de la población del Valle de México a la ecúmene mesoamericana en su etapa inicial, la fase Ayotla representa el paso definitivo de una organización social aldeana a una marcada por el florecimiento de varias capitales regionales como Tlatilco mismo, Tlapacoya, Coapexco y probablemente también desde estos tiempos remotos, Cuicuilco. Estas formaciones políticas correspondieron a sociedades de rangos ya netamente jerarquizados, y uno de los factores más decisivos para este cambio cualitativo parece haber sido la participación de estas comunidades en el mundo olmeca.
Hay que advertir que el nombre de olmeca ha causado cierta confusión acerca de la realidad histórica que pretende referir, en efecto, al ser el apelativo étnico de los que poblaban “el país del hule” en la costa del Golfo en tiempos históricos. Lo “olmeca”, en este caso, lo olmeca arqueológico de tiempos mucho más antiguos, suele ser usado tanto para los grupos que ocuparon esta misma región en tiempos del Preclásico como para un estilo artístico.
Este estilo caracteriza las obras de los antiguos pobladores del Golfo pero también las de muchos otros pueblos contemporáneos distribuidos en gran parte del territorio que conformaba Mesoamérica. El hecho de que es en la región del Golfo donde abundaron las obras escultóricas y arquitectónicas monumentales “olmecas”, ha llevado a más de uno a suponer que tal situación correspondía a la predominancia política de los grupos del Golfo sobre los de las otras regiones.
En realidad, la situación parece haber sido mucho más compleja y corresponde más bien a un estrecho y complejo entramado de sociedades diversas pero con un grado de desarrollo similar que nutrían entre sí lazos de diversas índoles, intercambiando bienes, imágenes, prácticas rituales e ideas, probablemente articuladas en un pensamiento religioso común. La expresión gráfica de la reflexión cosmológica y religiosa manejaba un sistema de mensajes simbólicos que combinaba con fluidez formal y semántica un amplio repertorio de más de treinta elementos para aludir a un mundo de fuerzas sobrenaturales, de conceptos religiosos, de divinidades y de formas de poder.
Esta ideografía independiente de la expresión oral circuló y se enriqueció entre pueblos muy diversos durante numerosas generaciones, desde 1250 hasta 800 antes de nuestra era. En la cultura de Tlatilco, alcanzó una notable complejidad, recurriendo a menudo a la abstracción y la abreviación del pars pro toto. Así transmitían una información gráfica esotérica, ligando por ejemplo el motivo de la mano humana a la garra de felino o, como en el presente caso, el del ala con la garra, para aludir al ser mítico compuesto del dragón, reptil con cresta de ave y garra. Este reptil con elementos felinos y de ave se asociaba aparentemente a la tierra, el mundo subterráneo, el fuego y el poder dinástico de origen divino.
Después de una fase Nevada aún mal conocida pero que atestigua ya la pertenencia de la población del Valle de México a la ecúmene mesoamericana en su etapa inicial, la fase Ayotla representa el paso definitivo de una organización social aldeana a una marcada por el florecimiento de varias capitales regionales como Tlatilco mismo, Tlapacoya, Coapexco y probablemente también desde estos tiempos remotos, Cuicuilco. Estas formaciones políticas correspondieron a sociedades de rangos ya netamente jerarquizados, y uno de los factores más decisivos para este cambio cualitativo parece haber sido la participación de estas comunidades en el mundo olmeca.