El México antiguo. Salas de Arte Prehispánico
Vasija con símbolos abstractos derivados del llamado dragón olmeca | El México antiguo. Salas de Arte Prehispánico | Museo Amparo, Puebla
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Vasija con símbolos abstractos derivados del llamado dragón olmeca | El México antiguo. Salas de Arte Prehispánico | Museo Amparo, Puebla

Vasija con símbolos abstractos derivados del llamado dragón olmeca

Cultura Tlatilco
Estilo Volcán pulido
Región Valle de México
Período Preclásico medio
Período 9 Preclásico medio
Año 1250-1000 a.C.
Técnica

Barro modelado, con escisiones e incisiones precocción

Ubicación Bóveda Prehispánico
No. registro 52 22 MA FA 57PJ 385
Investigador

Se trata de un cajete, cuenco, escudilla o tecomate de base plana y paredes rectas, que al parecer procede de alguna aldea de la Cuenca de México como Coapexco, Tlatilco o Zohapilco-Tlapacoya, y data de la fase Ayotla (1250-1000 a.C.), período que fue definido por los arqueólogos Paul Tolstoy y Louise I. Paradis en 1970. Aparentemente puede suscribirse dentro de la categoría Volcán pulido, donde dicho tipo de vasijas se caracterizan por su superficie lisa, cocida en atmósfera de humo, con superficies bien pulidas, de tonos negros u ocres oscuros, con diseños excisos o incisos antes de la cocción, generalmente rellenos con pigmento rojo que podría ser de cinabrio o hematita especular (Ochoa Castillo, 2005).

La mayor parte de la superficie de esta pieza se encuentra ocupada por un panel. En el interior de dicho panel apreciamos elementos figurativos que pertenecen al llamado “dragón” olmeca, ser híbrido ave-iguana-jaguar-serpiente, pero donde predominan los atributos de un caimán o cocodrilo sin mandíbula inferior, que representa la superficie de la tierra flotando sobre las aguas primordiales. El cuerpo de dicho “dragón” fue segmentado en dos partes luego de una fragorosa lucha mitológica. La zona inferior de su cuerpo dividido conservó la función original de superficie terrestre, llena de escamas y placas óseas de reptil, que representaban las montañas y los valles, mientras que el resto de aquel lagarto primordial conformó el cielo o firmamento.

Muchas vasijas de la Cuenca de México pertenecientes a la fase Ayotla (1250-1000 a.C.) exhiben representaciones grabadas, labradas o talladas, precocción de dicho “dragón” con un alto grado de conceptualización, esquematización y minimalismo que casi llegó a la abstracción: proyección o perspectiva desdoblada –cuya analogía más cercana para nosotros sería el cubismo–, y principio metonímico de "pars pro toto" o de “la parte por el todo”, donde un ala, ceja o boca equivale al monstruo entero. En palabras de Beatriz de la Fuente (1994) este tipo de representaciones del estilo olmeca son conceptuales, es decir, “su voluntad es la de manifestar ideas primordiales, no se inclina[n] por las relaciones escénicas o naturalistas”.

El nombre de “dragón” olmeca fue acuñado en 1976 por Peter D. Joralemon, quien definió sus características iconográficas en las vasijas del Altiplano central de México: cejas flamígeras que representan la escama supraocular del cocodrilo o la cresta de una iguana, ojos en forma de L o de escuadra cuando el “dragón” se representa de perfil, o con forma de batea cuando se plasma de frente, nariz casi siempre aplastada, dentadura en raras ocasiones, casi siempre sustituida por una serie de encías desdentadas con forma de U invertida, extremidades híbridas que combinan la forma de una mano, ala y garra.

A veces se acompaña por la llamada cruz de San Andrés, elemento en forma de X que muchos investigadores consideran que simboliza el cielo, y tan sólo se encuentra en representaciones del llamado “dragón” olmeca cuando evoca su aspecto celeste o uranio (Reilly III, 1994). La cruz de San Andrés puede aparecer en las pupilas del “dragón”, sobre su espalda, o en el interior de sus fauces cuando esta criatura se presenta de frente. Una interpretación complementaria de este diseño cruciforme es el que representa los cuatro rumbos cardinales del universo, mientras que su centro o intersección es el axis mundi o portal que comunica los tres planos verticales del universo.

En el caso de esta vasija encontramos una representación conceptual de la mano/ala/garra, con la uña del pulgar apuntando hacia arriba, pero el resto de los dedos doblados hacia la parte interior de la vasija; a la derecha de este diseño observamos la cruz de San Andrés en forma de X, que por lo dicho anteriormente podría sugerir que el artista quiso plasmar al “dragón” como representación del cielo; y por último, en el extremo derecho del panel, hallamos las protuberancias escamosas o placas óseas del dorso del lagarto, que evocan las montañas, correlato terrestre del monstruo.

Las representaciones del “dragón” olmeca forman parte de un complejo y formalizado sistema de representación iconográfica, que era parte de la cultura visual de las élites de muchas aldeas o centros proto-urbanos de aquella época (1250-1000 a.C.). En el caso de las culturas de la cuenca de México se manifestó en vasijas como ésta, cuya calidad artística y técnica superó incluso lo que hasta ahora conocemos sobre la cerámica de la llamada zona metropolitana olmeca. Lo más probable es que este tipo de vasijas no hayan sido para simple uso doméstico, sino que estaban asociadas con la vida ritual. El uso del cinabrio o hematita evoca la sangre y los ámbitos del inframundo, de manera que quizá proceden de contextos funerarios.

BIBLIOGRAFÍA

  •  Fuente, Beatriz de la, “Arte monumental olmeca”, en John E. Clark (ed.), Los olmecas en Mesoamérica, fotografías de Rafael Doniz, Madrid / México, El Equilibrista / Turner, 1994, pp. 203-221.
  • Joralemon, Peter D., “The Olmec Dragon: A Study in Precolumbian Iconography”, en Henry B. Nicholson (ed.), Origins of Religion, Art and Iconography in Pre-Classic Mesoamerica, Los Ángeles, University of California at Los Angeles, Latin American Center Publications, 1976, pp. 27-71.
  • Noguera Auza, Eduardo, La cerámica arqueológica de Mesoamérica, 2ª. ed., México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Antropológicas, 1975. 
  • Ochoa Castillo, Patricia, “La cerámica del Formativo en la Cuenca de México”, en Beatriz Leonor Merino Carrión y Ángel García Cook (coords.), La producción alfarera en el México antiguo I, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2005 (Colección Científica, 484), pp. 523-574.
  • Reilly III, F. Kent, “Cosmología, soberanismo y espacio ritual en la Mesoamérica del Formativo”, en John E. Clark (ed.), Los olmecas en Mesoamérica, fotografías de Rafael Doniz, Madrid / México, El Equilibrista / Turner, 1994, pp. 239-259.
  • Tolstoi, Paul y Louise I. Paradis, “Early and Middle Preclassic Culture in the Basin of Mexico”, en Science, núm. 176, Washington, 1970, pp. 344-351.
Se trata de un cajete, cuenco, escudilla o tecomate de base plana y paredes rectas, que al parecer procede de alguna aldea de la Cuenca de México como Coapexco, Tlatilco o Zohapilco-Tlapacoya, y data de la fase Ayotla (1250-1000 a.C.), período que fue definido por los arqueólogos Paul Tolstoy y Louise I. Paradis en 1970. Aparentemente puede suscribirse dentro de la categoría Volcán pulido, donde dicho tipo de vasijas se caracterizan por su superficie lisa, cocida en atmósfera de humo, con superficies bien pulidas, de tonos negros u ocres oscuros, con diseños excisos o incisos antes de la cocción, generalmente rellenos con pigmento rojo que podría ser de cinabrio o hematita especular (Ochoa Castillo, 2005).

Obras de la sala

El México antiguo. Salas de Arte Prehispánico