Varios aspectos de la vida de los habitantes de las comunidades aldeanas del Preclásico en la Cuenca de México se conocen gracias a las excavaciones que se llevaron a cabo por Manuel Gamio en la primera mitad del siglo XX en la región, y conforme a la secuencia que estableció sobre su progreso a la luz de los resultados de las excavaciones que se realizaron en otras regiones de Mesoamérica, se ha logrado demostrar que en el Preclásico hubo un proceso de desarrollo paralelo y en cierta medida homogéneo en toda la región. La producción de figurillas es uno de los elementos más significativos de la época y nos resultan de gran utilidad para estudiar la vida de los habitantes de las poblaciones del Preclásico.
La mayoría de las figurillas no cuentan con una procedencia precisa, como es el caso del ejemplo que aquí vemos, aunque por lo general las excavaciones las sitúan en los basureros y en el desecho doméstico, o bien en un contexto funerario. En Tlatilco, una de las comunidades más importantes del Preclásico en la región de la Cuenca de México, las figurillas estaban asociadas a cerámica, vasijas, cuencos y máscaras así como a objetos de concha y hueso, cuando se depositaron en los entierros, y cabe puntualizar que un mismo entierro contenía al menos 60 figurillas distribuidas alrededor del esqueleto.
Las figurillas del Preclásico siempre están modeladas a mano y son sólidas, y las del Valle de México raramente se encuentran pintadas. Están trabajadas con varias técnicas aplicadas: los ojos y boca se simulan por pellizcos y esgrafiado, en tanto que la indumentaria de la figurilla se realizó por lo general con la técnica de pastillaje, es decir con la aplicación de bolitas y pequeños rollos, así como de formas hechas por medio de punzón. Posteriormente las figurillas pasan por una cocción de temperatura baja por lo que resultan ser piezas bastante frágiles.
A partir de estas figurillas aprendemos del aspecto físico de las personas, sus atavíos y la manera en la que decoraban el cuerpo, pero el interés por ellas radica principalmente en la variedad de temas que representan, singularmente actividades de la vida cotidiana de los habitantes de las tempranas aldeas: músicos, danzantes, acróbatas, ancianos, mujeres que cargan niños, jugadores de pelota, enanos, jorobados y personajes que ahora calificamos como monstruosos puesto que tienen dos cabezas o tres ojos. Lo que destaca asimismo es que hay mayor número de figurillas de mujeres que de hombres, y que por lo general se les representa vestidos.
Estas figurillas en cierta medida también nos permiten conocer las ceremonias y rituales que se llevaron a cabo en las tempranas aldeas, más aún si aceptamos una continuidad temática entre las representaciones de las esculturas de barro que son posteriores. Si ello es así, nuestra figurilla puede ser identificada como un personaje masculino que viste la piel de un desollado: en otras palabras parece encarnar a Xipe Tótec, una deidad que en el Posclásico era festejado entre los pueblos nahuas en la veintena Tlacaxipehualiztli, ceremonia en la cual víctimas sacrificiales eran desolladas y su piel era después vestida por los sacerdotes por veinte días hasta que era enterrada en un lugar especial.
En la sala teotihuacana del Museo de Antropología se resguarda un gran Xipe Tótec modelado en barro de la época posterior a la caída de Teotihuacán, y en la sala del Golfo del mismo museo contamos con otros ejemplos que se pueden comparar con nuestra pequeña escultura, la que con brazos abiertos desempeña una actividad ritual vestida en la piel desollada. En este caso, y en los que ya se mencionaron, no vemos la piel exterior y lisa de la víctima, sino sólo el interior, es decir las pequeñas aplicaciones y punciones en el barro que cubren el cuerpo de la figurilla y que representan posiblemente la grasa que permanece sujeta a la piel, una vez despojada del cuerpo.
Corroborar esta identificación es imposible, particularmente si se toma en cuenta que las pequeñas aplicaciones de barro y marcas de punzón adaptadas al cuerpo de la figurilla recibieron una capa delgada de pintura blanca; y si de nuevo nos remitimos a las prácticas de los nahuas en vísperas de la Conquista, cuando en las batallas los guerreros vestían trajes y petos de blanco algodón para protegerse.
Ciertamente, los elementos plásticos de esta figurilla no permiten confirmar ninguna de las propuestas, y por ahora deben quedar como potenciales vías para su estudio.