Algo muy común de la cerámica de Tlatilco, y en especial de la fase Manantial, es el realismo popular y la exuberancia emocional del repertorio. Danza, juego, congoja, acrobacia… Entre otros recursos desplegados destaca la enorme libertad de posturas y ademanes. La impresión que da, cuando se compara el repertorio Tlatilco con el conjunto del arte mesoamericano posterior, es que en aquella etapa temprana la libertad creativa era enorme. Situación que sólo pervivió en el Occidente de Mesoamérica en las etapas posteriores. Es como si el ceremonialismo regulado de los reinos hereditarios y burocráticos del Clásico en adelante hubiese impuesto una codificación en la representación de la figura humana que sofocaba la libertad del artista. Tampoco están plenamente presentes aún en Tlatilco, y en el Preclásico en general, los esquemas estandarizados de tipo pictográfico que caracterizarán el lenguaje gestual del arte mesoamericano posterior.
Esta figura corresponde a un tipo de imagen antropomorfa en la cual boca, ojos y nariz se resuelven con trazos lineales. La boca es una rasgadura en el barro fresco, así como los ojos. Los ojos, además, tienen una huella de punzado. También las orejas se acompañan de una punción que hace pensar que se quiso representar la orejera. Brazos y manos, sumamente largos para permitir su repliegue y adhesión al cuerpo, están formados por tiras cilíndricas de barro, dobladas y compactadas por pastillaje. También con pastillaje se resuelve el tocado, formado por una tira, a manera de diadema, que cruza la frente y cuyos extremos caen hacia atrás, sobre la nuca, y por dos tiras adicionales que ascienden de uno y otro lado para coronar la cúspide de la cabeza. Si retiráramos las tiras del tocado quedaría a la vista una severa deformación craneal. Lo que no podemos saber es si esta protuberancia era sólo un recurso previendo la formación del tocado, o si efectivamente la cabeza se concibió con esa fuerte deformación.
La pieza muestra la típica combinación de engobes, ocre-crema y rojo que, como se ha comentado en las fichas correspondientes de otras piezas de esta colección, fue recurrente en la cerámica del Preclásico medio, especialmente en el valle de México, aunque se advierte también en la cuenca del Balsas. La combinación favorece la sensación de color del cuerpo. En esta pieza, como en muchas otras, más bien sencillas y rústicas, de Tlatilco, no hay un pulido posterior a la cocción, de modo que la superficie es más bien áspera.
Algo muy común de la cerámica de Tlatilco, y en especial de la fase Manantial, es el realismo popular y la exuberancia emocional del repertorio. Danza, juego, congoja, acrobacia… Entre otros recursos desplegados destaca la enorme libertad de posturas y ademanes. La impresión que da, cuando se compara el repertorio Tlatilco con el conjunto del arte mesoamericano posterior, es que en aquella etapa temprana la libertad creativa era enorme. Situación que sólo pervivió en el Occidente de Mesoamérica en las etapas posteriores. Es como si el ceremonialismo regulado de los reinos hereditarios y burocráticos del Clásico en adelante hubiese impuesto una codificación en la representación de la figura humana que sofocaba la libertad del artista. Tampoco están plenamente presentes aún en Tlatilco, y en el Preclásico en general, los esquemas estandarizados de tipo pictográfico que caracterizarán el lenguaje gestual del arte mesoamericano posterior.