Colecciones
Regina Silveira. El sueño de Mirra y otras constelaciones
La arquitectura es de un modo fundamental, aunque quizás no evidente, un espacio de escritura. Por eso siempre dice algo, aunque se presente impoluta y traslúcida, como en el vestíbulo de este renovado Museo Amparo. Por eso es posible reescribir sobre ella, intervenirla para hacerla contar una historia distinta a la que narra.
Un bordado no parece ser la mejor manera de contar otra historia. Sin embargo, como los muros blancos del museo, dice mucho al parecer no querer decir nada. ¿De qué nos habla su silencio? Es notorio el silencio histórico de las mujeres y el anonimato de sus formas de escritura. El bordado es un recordatorio de ello: no tiene autora y sirve las más de las veces de mero ornamento. Las historias meritorias, se nos ha dicho, se esculpen en mármol y se yerguen en monumentos con nombres y fechas. Sin embargo, los temas y las imágenes que se trenzan en el bordado son públicas y populares –motivos vegetales y animales, escenas cotidianas–. Nada muy heroico: ninguna batalla ni ningún militar victorioso de familia de abolengo. El bordado cuenta su historia sin nombres propios. Lo que es llamativo, pues la narración local de la empresa textil no es anónima. Tiene una larga tradición en Puebla y se entreteje con su pasado más noble y el de algunos de sus hombres más connotados, que dan nombre a sus calles. El esplendor de la industria textil se da en el siglo XIX, precisamente cuando se populariza la imagen de la china poblana, de blusa bordada y rebozo, que es anónima como los motivos de un bordado.
Toda arquitectura habla, pues, y cuenta su historia. Hay que interrogarla, al igual que la ciudad que habita. Por eso, las puntadas de este bordado imaginario, de este sueño de píxeles agigantados, se dan no sólo sobre las paredes del museo sino sobre la historia y el imaginario local. Hay que entrar en él y salir de él. Hay que continuar tejiéndolo pues está lleno de huecos y vacíos y olvidos. Aún muestra los flecos que están por enhebrarse. Son la mirada del espectador, su cuerpo y su memoria, los que tienen que hilarlos. Como cualquier historia, este bordado muestra tanto como oculta.
Aquí sueña Mirra, Catarina de San Juan, una mujer cosida a la tradición local, que se ha convertido en personaje mítico y, por eso, fantasmagórico: está presente en la medida en que está ausente. Como el trabajo femenino y doméstico, como el bordado, como la memoria de formas y ensoñaciones colectivas que se inscriben ahora en estos muros.
Regina Silveira l Artista