Esta escena, la primera pública de la vida de Cristo, es relatada por los cuatro evangelistas que cuentan la teofanía, es decir la presencia de Dios que se dio en el río Jordán cuando san Juan reconoció en Cristo al verdadero Mesías y realizó el ritual de limpieza de los pecados. Dios, como paloma del Espíritu Santo, domina desde lo alto la escena; bajo él, Juan vierte el agua sobre la testa de Cristo con una concha. Jesús se encuentra con los pies dentro del río, con los brazos entrecruzados y la cabeza agachada en señal de recogimiento y humildad. Juan, por su parte, voltea al cielo, lo que refuerza que cumple un designio divino.[1]
El tema del bautismo permite, tradicionalmente, la representación del cuerpo humano casi desnudo, por lo que es posible reflexionar acerca de cómo el artista concebía la figura humana, si sus parámetros eran convencionales o si daba importancia o no al naturalismo. En este caso puede verse el trabajo de un pintor que no presta excesiva atención ni a la composición ni a los detalles, pero que ciertamente estaba interesado en el cuerpo, lo que puede constatarse en la representación de los músculos de Cristo, en especial en las piernas. Quizá este manejo se deba a que la pieza fuera de finales del siglo XVIII o bien del XIX, cuando las academias reales de arte dieron más importancia al dibujo anatómico, o bien a la inspiración en algún grabado que ponía énfasis en éste.
1. Héctor Schenone, Jesucristo. Iconografía del arte colonial, Argentina, Fundación Tarea, 1998, pp. 129 y ss.
Esta escena, la primera pública de la vida de Cristo, es relatada por los cuatro evangelistas que cuentan la teofanía, es decir la presencia de Dios que se dio en el río Jordán cuando san Juan reconoció en Cristo al verdadero Mesías y realizó el ritual de limpieza de los pecados. Dios, como paloma del Espíritu Santo, domina desde lo alto la escena; bajo él, Juan vierte el agua sobre la testa de Cristo con una concha. Jesús se encuentra con los pies dentro del río, con los brazos entrecruzados y la cabeza agachada en señal de recogimiento y humildad. Juan, por su parte, voltea al cielo, lo que refuerza que cumple un designio divino.
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