Esta maqueta resulta peculiar entre las numerosas figuraciones escultóricas de edificios propias del estilo Ixtlán del Río; como características poco comunes presenta el uso exclusivo de columnas para sostener la cámara superior, la escalera exenta y la decoración mural con espirales ortogonales; el resto de su configuración plasma los rasgos típicos. A mi juicio, este tipo de piezas representa arquitectura que en efecto construyó el pueblo de las tumbas de tiro; las investigaciones arqueológicas de Phil C. Weigand en el recinto ceremonial Los Guachimontones, en Teuchitlán, Jalisco, revelan el predominio de materias perecederas en las construcciones, de ahí que se perdieran al paso del tiempo.
Se usaron postes de pino y roble; es probable que las seis columnas de nuestra maqueta remitan a madera recubierta. Los muros se hicieron con otates, una especie de bambú propio de la región, y con varas de pino, los cuales se ataron con fibras de ixtle para formar esteras que integraban el núcleo de cada pared. Los techos eran fuertes y resistentes, hechos con varias capas de zacate atadas con fibras de ixtle y un entretejido de otate; los basamentos contaban con muros de contención de piedra y capas alternantes de arcilla compactada y de roca dentro de la arcilla, la cual tenía toba como desgrasante. Sobresale que los techos, las paredes, los pisos y los basamentos fueron cubiertos con gruesas capas de aplanado de arcilla limpia y procesada, a las que siguieron capas de enlucido de arcilla más fina; posteriormente toda la construcción se pintó.
Finalmente, los edificios se quemaban y como evidencia se ha encontrado una gran cantidad de fragmentos de techos y paredes quemados hasta quedar como ladrillos, lo que permitió que se mantuvieran en buenas condiciones; yo señalaría además que el fuego les otorgó cualidades cerámicas, en tanto que promovió la cocción de la arcilla. Puedo afirmar que es una arquitectura cercana al arte del alfarero, en la que se modelaría un material plástico; la superposición de capas de arcilla, su compactación, y desde luego el quemado, ayudarían a repeler la lluvia, disminuir el riesgo de agrietamientos y penetraciones y conservar la pintura.
Son conocidas las propiedades térmicas de las construcciones de tierra, pues tienden a nivelar temperaturas y resultan particularmente apropiadas a climas calientes. La región también se caracteriza por la abundancia de lluvias y en relación con ello la inclinación tan notoria del techo pudo evitar su desgaste pluvial. A partir de los datos arqueológicos, llego a la conclusión de que esta arquitectura cerámica guarda lazos estrechos con las esculturas cerámicas arquitectónicas.
Desde luego, las esculturas no pueden considerarse como réplicas exactas de la arquitectura real, de las edificaciones erigidas, no obstante, la notable riqueza de los detalles constructivos, como son las secciones exteriores e interiores de las casas, sus distintas elevaciones y la variedad en la disposición y el número de las escaleras, me lleva a pensar que los artistas las tomaron como modelos directos. Con seguridad, en las maquetas, las cámaras se modelaron más abiertas de lo que en realidad estarían con la finalidad de mostrar a sus habitantes y sus acciones, si bien, es interesante notar que se trata de edificios que aparentan estar completos; como puede verse, las paredes no se abatieron del todo ni se minimizaron los techos, éstos últimos, por el contrario, son elementos muy destacados en la composición arquitectónica.
En la maqueta que nos ocupa, el uso de columnas para elevar el cuarto remite a la “troje”, la construcción que diversas comunidades rurales destinan para almacenar su producción agrícola; el alzamiento evitaría la humedad y el acecho de los animales. En esta imagen, es claro que el edificio tiene un uso habitacional, no obstante, la elevación de la cámara pudo responder a las mismas funciones prácticas.
Como es usual en las maquetas del estilo Ixtlán del Río, en el interior del edificio se desarrolla un ritual que involucra vasijas y la ingestión de comestibles. Participan cinco hombres sentados sobre el piso en torno a una gran cazuela; a excepción del que está al centro, recargado sobre el muro del fondo, todos llevan la mano derecha a la boca (uno ha perdido parte del brazo), consumen lo que se sugiere proviene de la vasija. El ritual involucra un grupo uniforme, todos se sientan con las piernas entrecruzadas y portan un tocado cónico con banda, nariguera de argolla, orejeras circulares y una especie de cinturón grueso. En un contexto elocuentemente íntimo, se advierte un ambiente de familiaridad y sacralidad.