Surgida hace unos quince siglos en la densa selva tropical, entre la Sierra Norte de Puebla y las playas de arena negra del litoral norte del Golfo de México, la Pirámide de los Nichos de El Tajín fue y sigue siendo símbolo inequívoco de la originalidad de una de las más grandes civilizaciones de Mesoamérica. Sin embargo, hubo otros tiempos en los que este imponente edificio aún no cobraba forma; una época mucho más antigua en la que ya se celebraba en estelas de piedra la naturaleza sobrehumana de sus prístinos gobernantes.
En primer lugar, sabemos muy poco sobre la cuenca del río Tuxpan y menos todavía sobre sus procesos culturales. Los inicios del período Clásico, un momento decisivo en el desarrollo de la civilización, lo conocemos de mejor manera en los antiguos territorios de El Tajín donde sus centros de gobierno surgieron enmarcados por áreas bien definidas y sobre las bases de una sociedad estratificada. Sin embargo, las suaves colinas que bordean el río Tuxpan han sido tenidas como pertenecientes a la cultura huasteca. No cabe duda que para el período Posclásico lo eran, pero hubo otras épocas en las que es posible que se haya gestado una civilización de signo distinto que con independencia de su inmemorial sustrato étnico y lingüístico se manifestara de acuerdo con modelos culturales ajenos y con los que el comercio la puso en contacto.
Esta pieza escultórica, de identificación particularmente complicada, es la figuración en piedra de un hombre viejo en posición sedente que en alguna medida puede tenerse como de origen huasteco. En estas tierras se produjeron centenares de ellas, donde los ancianos suelen representarse con un bastón al frente en su intento por conservarse de pie o hasta de caminar. Lo curioso de esta pequeña escultura, cuyos rasgos representan a un hombre de rostro plegado y encorvado por su avanzada edad, es la piedra utilizada para este fin. El estilo podría inclusive venir bien en términos de la producción artística de la Huasteca pero el material decididamente proviene de algún lugar inmediatamente al sur del río Tuxpan, donde existen yacimientos puntuales de basalto de estas mismas características.
Para el Epiclásico hubo una importante penetración de rasgos de su cultura en la Sierra de Papantla, los antiguos territorios de El Tajín, de esculturas e inclusive de asentamientos completos que podrían definirse como un momento de carácter intrusivo frente al deterioro político y social que experimentaba la región en el siglo XII de nuestra era. En suma, el rostro de nuestro “viejo” podría relacionarse bien con expresiones tempranas de esta producción escultórica típicamente huasteca, pero la piedra remite necesariamente al área del río Tuxpan, inclusive a la cuenca del Cazones, lo que plantea una combinación de elementos y tradiciones culturales que tanta falta nos hace estudiar.
Surgida hace unos quince siglos en la densa selva tropical, entre la Sierra Norte de Puebla y las playas de arena negra del litoral norte del Golfo de México, la Pirámide de los Nichos de El Tajín fue y sigue siendo símbolo inequívoco de la originalidad de una de las más grandes civilizaciones de Mesoamérica. Sin embargo, hubo otros tiempos en los que este imponente edificio aún no cobraba forma; una época mucho más antigua en la que ya se celebraba en estelas de piedra la naturaleza sobrehumana de sus prístinos gobernantes.