En el extenso abanico de modalidades estilísticas del arte cerámico de la cultura de las tumbas de tiro, la llamada Comala ofrece la mayor cantidad de figuraciones de fauna. Sobresale la diversidad en cada una de las múltiples especies, que indican conocimientos profundos, por parte de los artistas, tanto de lo anatómico como de su comportamiento, de modo que, no obstante la monocromía característica de dicho estilo, es posible identificar subespecies, acaso género, rangos de edad y rasgos estacionales. Conviene enfatizar que ese amplio repertorio de animales manifiesta una selección determinada por los valores culturales que se les atribuyeron, en este caso, no se trata de un catálogo de las especies con las que convivieron los antiguos habitantes del valle de Colima; existe un sinnúmero de ellas que no se plasmaron.
De aquéllas que sí, es necesario considerar sus simbolismos, principalmente en relación con lo funerario y el inframundo, debido a que de modo predominante esas obras se ofrendaron a los difuntos en sepulturas subterráneas del tipo de tiro y cámara. Después de los perros, los patos son una de las especies que se hallan con frecuencia; pueden verse como esculturas, grabados y pinturas; algunos de sus elementos, sobre todo el pico, también se reconocen en el atavío de algún oficiante ritual a la manera de su alter ego o nahual.
Resalta la riqueza de sus configuraciones: se ven individuales, en parejas o como familias con crías; pueden estar parados o cuando carecen de patas se sugiere que flotan en el agua; el pico se ve cerrado o abierto; a veces presentan protuberancias longitudinales que indican crestas. Nuestro pato cuenta con una pequeña cuesta, por lo que es factible que sea del género Mergus, también denominados patos zambullidores o buceadores; al parecer, comunes en el estilo Comala.
Seguramente fueron cazados y sirvieron como alimento a los humanos; una posibilidad es que con este sentido las esculturas que los representan hayan acompañado a los difuntos en sus tumba, en tanto que en la cosmovisión mesoamericana la muerte física no implicaba un fin definitivo, en su vida sobrenatural precisarían de suministros. En relación con tal creencia religiosa los registros arqueológicos en esos recintos informan de la abundancia de vasijas que contenían sustancias y también de hallazgos de restos óseos de patos, entre otras especies comestibles.
La región occidental de México fue un territorio propicio para las aves acuáticas pues abundaban las cuencas lacustres, así, la polisemia del pato concierne a los cuerpos de agua y el nivel celeste. En lo general, los patos se vinculan con el inframundo y la deidad del viento, llamada Ehécatl en náhuatl. Según lo explica Gabriel Espinosa, el viento, como el agua, tiene su origen en el estrato inferior del cosmos y desde ahí fluye hacia los niveles superiores. El estudio iconográfico del pato requiere extenderse en cuanto a su aprovechamiento en la vida cotidiana y sus simbolismos rituales; así como a la abundancia de especies, la variedad de hábitos y zonas de residencia permanente o temporal en el caso de las migratorias; una de las fuentes etnohistóricas que da cuenta de la complejidad del tema es libro XI del Códice Florentino.
Por último, vale la pena detenernos en las elevadas cualidades plásticas de la escultura: el bruñido es perfecto y los volúmenes geométricos en apariencia son simples, detectamos sutiles curvas que replican la anatomía del ave: el cuerpo no es una esfera, es una forma que se angosta en la cola, más ancha en la parte media tanto longitudinal como transversal y que en el frente ostenta un pecho sobresaliente; vista por arriba, un leve hundimiento señala la columna vertebral y más abajo un triángulo relevado se integra a la cola que se proyecta; los ángulos en las patas corresponden a las articulaciones y su punta orientada hacia dentro remite a la dificultad que tienen para caminar; la forma tubular que se ve a la derecha pudo funcionar como vertedera ya que la obra es hueca, sin embargo no hay certeza de que en efecto sirviera como vasija, lo que sí es definitivo es que constituye un rasgo estilístico distintivo del Comala; por lo que toca al color, llaman la atención las secciones pintadas en rojo oscuro en el cuello y pecho y en la “vertedera”.
En el extenso abanico de modalidades estilísticas del arte cerámico de la cultura de las tumbas de tiro, la llamada Comala ofrece la mayor cantidad de figuraciones de fauna. Sobresale la diversidad en cada una de las múltiples especies, que indican conocimientos profundos, por parte de los artistas, tanto de lo anatómico como de su comportamiento, de modo que, no obstante la monocromía característica de dicho estilo, es posible identificar subespecies, acaso género, rangos de edad y rasgos estacionales. Conviene enfatizar que ese amplio repertorio de animales manifiesta una selección determinada por los valores culturales que se les atribuyeron, en este caso, no se trata de un catálogo de las especies con las que convivieron los antiguos habitantes del valle de Colima; existe un sinnúmero de ellas que no se plasmaron.