Cultura | Nahua |
Región | Altiplano central, posiblemente |
Período | Posclásico tardío |
Año | 1200-1521 d.C. |
Período 9 | Posclásico tardío |
Año | 1200-1521 d.C. |
Técnica | Barro modelado con perforación y engobe rojo y negro |
Medidas | 16.9 x 10.8 x 19 cm |
Ubicación | Sala 6. Arte, forma y expresión |
No. registro | 52 22 MA FA 57PJ 1521 |
Investigador (es) |
Las vasijas silbadoras son instrumentos extraordinarios, resultado de una larga experimentación acústica y morfológica. Se trata de dos vasijas unidas que incluyen un silbato oculto que se pone en funcionamiento a través de un impulso hidráulico. En Sudamérica fueron abundantes y los ejemplares documentados muestran una gran diversidad de formas que no se observan en Mesoamérica. Al parecer, tuvieron su origen en el sur del continente americano y llegaron a Mesoamérica vía la costa del Pacífico alrededor del año 500 a.C.
A diferencia de Sudamérica, las vasijas silbadoras son escasas en Mesoamérica y nunca se encuentran dos ejemplares en un mismo contexto arqueológico, siempre son ejemplos aislados; se integran por tres secciones:
1) un recipiente abierto en forma de olla o vaso en donde se vierte el líquido;
2) un conducto que conecta el recipiente con la vasija cerrada;
3) una vasija–efigie cerrada en donde se aloja el silbato.
El mecanismo de funcionamiento consiste en verter agua en el recipiente abierto e inclinar ligeramente la vasija. De esta manera, el líquido se desplaza y genera un impulso que a su vez mueve la masa de aire alojada en la vasija cerrada y la encausa hacia el bisel del silbato para producir el sonido. En la vasija exhibida, el cuerpo del silbato conforma la cabeza del personaje. En la parte posterior hay una perforación rectangular (la boca sonora) y junto a ésta, la salida del aeroducto; el resto del canal permanece oculto. La boca sonora está delimitada por dos placas a manera de diques que orientan la corriente de aire hacia el bisel.
Una radiografía permite visualizar las dimensiones del aeroducto y lo perfecto de su diseño, amplio en la entrada y estrecho en la salida, lo cual genera una corriente de aire laminar que se traduce en un sonido claro de corta duración aunque escasamente audible. Para la elaboración de esta vasija el artesano empleó una pasta café-anaranjada y recurrió a la técnica de modelado junto con aplicaciones al pastillaje. Tanto la olla como el área del dorso del personaje recibieron un tratamiento especial que consistió en la aplicación de engobe y bruñido para impermeabilizar las paredes y evitar filtraciones.
La efigie sostiene entre sus piernas una olla; porta un yelmo asimétrico decorado en su lado derecho con discos circulares mientras que en el izquierdo carece de elementos decorativos. Al centro del yelmo porta un atado de plumas. En su labio inferior lleva un bezote con orillas aserradas. El rostro destaca por los detalles fisonómicos y la expresividad. Estos elementos, junto con algunos rasgos morfológicos como la boca sonora rectangular, los diques y el tipo de aeroducto, corresponden con el estilo Nahua del Posclásico tardío.
Sobre el uso de las vasijas silbadoras aún no hay datos que permitan elaborar un argumento convincente. Sin embargo, es de destacar que los pocos ejemplares documentados en contextos arqueológicos proceden de tumbas o entierros. Una propuesta sugiere que el mecanismo acústico oculto, el uso de agua, la baja intensidad del sonido y la colocación de la vasija a manera de falo hayan tenido connotaciones rituales, posiblemente en ceremonias privadas y quizá hayan formado parte del conjunto de objetos utilizados por los sacerdotes en ceremonias chamánicas.
Extraña y fascinante pieza de la que sobran motivos como para dudar de su origen prehispánico. Se trata de una figura de barro que representa a un personaje de cuerpo entero que en la espalda carga una suerte de caparazón. Entre los pies sujeta una vasija de silueta compuesta, extraordinariamente grande, hacia la que vuelve el rostro.
La cara del individuo, la figuración de los rasgos, quizá es la clave para atinar sobre su lugar de procedencia pero ciertamente no se trata de una tarea fácil. La figurilla rompe con todo lo que hasta ahora conocemos, quizá la cara podría pasar por ser la más conservadora, la más ordenada en términos de convenciones figurativas, pero todo el resto del conjunto es francamente nuevo. Hay que tener en cuenta que los estilos artísticos son sistemas complejos de representación y aunque se actualicen de manera constante nunca transgreden sus propias normas; son convenciones que operan de manera estructurada. Sin duda pueden ser objeto de cambios formales pero siempre son consistentes con la versión del propio estilo y representativas de un momento singular de la civilización.
El problema de esta pieza es que nada de lo anterior se cumple a cabalidad. El rostro y el tocado van por un lado y el resto del objeto definitivamente se encamina de manera distinta. Hay elementos que pueden introducir alguna discusión sobre la época de su manufactura, el uso del color dispuesto con la intención de conferirle un cierto brillo “metálico” obtenido al sobreponer varias capas de pintura negra, un tratamiento que buscaba imitar los acabados plomizos del sur de Mesoamérica y que se hizo popular en la costa del Golfo de México a partir del Clásico tardío (900 d.C.) y a lo largo de todo el período Posclásico.
Por otra parte, el uso del color rojo en el cuello de la pequeña olla y la incisión que sirve para separarlo del cuerpo pintado de negro es realmente de un gusto decorativo muy raro. ¿Qué decir entonces del caparazón? Prácticamente la mitad de una esfera puesta en la espalda. Aun así la expresión del rostro, hay que repetirlo, tiene alguna semejanza con otras piezas de la antigüedad prehispánica; pero resulta particularmente difícil establecer paralelos.
No hay que olvidar que se trata de un objeto privado de su contexto arqueológico, si es que no se trata de una falsificación, lo que tampoco debe sorprendernos de modo alguno puesto que ha sido una actividad hasta cierto punto frecuente en México y que ha utilizado por décadas los mismos canales de comercialización que emplean los saqueadores. En un viejo guion museográfico se establece que puede provenir de algún lugar de Oaxaca, pero es algo francamente improbable por las razones antes expuestas. Si es en realidad una pieza prehispánica, entonces podemos estar seguros de que estamos frente a una verdadera obra de arte que no tiene igual en la alfarería del México antiguo.