El objeto consta de dos placas circulares firmemente adheridas, hechas de piedras de diferente color y textura; mide menos de 10 cm de diámetro y aproximadamente 1 cm de espesor. La parte delantera es marrón, de consistencia muy compacta y brillante, su grosor es menor que el de la placa posterior gris y opaca; cabe suponer que la primera es frágil y por ello fue unida a una más gruesa y resistente. El pequeño orificio hacia una orilla indica que la pieza estaba diseñada para colgarse; por el tamaño, pudiera tratarse del pendiente de un collar. En tanto, el deterioro de la sección frontal acaso se produjo no por el uso cotidiano, sino por el ámbito de su procedencia, tal vez como parte del ajuar de un individuo sepultado. La simpleza de la forma circular indica que su atractivo principal residía en el color marrón de la piedra.
La lapidaria es una de las artes más sobresalientes de Mesoamérica. Propiedades como la consistencia, dureza, resistencia, absorción, elasticidad, transparencia, brillantez, textura y color, determinaron su utilización en la construcción, la elaboración de instrumentos utilitarios y de objetos rituales y suntuarios; asimismo, su accesibilidad y procedencia local o foránea participaron en su selección y en las significaciones y simbolismos culturales que se les atribuyeron.
La horadación para colgarse se hizo frotando abrasivos con una varita de madera en movimientos giratorios. La arena, el corindón, cristal de roca, topacio y el esmeril son abrasivos y consisten en partículas minerales duras. Asimismo, las placas se frotaron con abrasivos para pulirlas y, en su caso, abrillantarla.
Otro aspecto interesante en la elaboración de este adorno es el uso de adhesivos. Por medio de experimentos y análisis botánicos y de fuentes etnohistóricas del siglo XVI con testimonios plásticos y textuales -como La historia natural de la Nueva España de Francisco Hernández y La historia general de las cosas de Nueva España o Códice Florentino de fray Bernardino de Sahagún-, Frances F. Berdan, entre otros investigadores, han dado a conocer que las gomas de raíces y bulbos de orquídeas, así como el copal, la resina de pino y la cera de abeja, sirvieron para fabricar eficaces pegamentos en Mesoamérica.
De acuerdo a lo que plantean, las placas de nuestro pendiente pudieron unirse con resinas; señalan que el uso combinado del copal y la resina de pino genera un pegamento más fuerte, mientras que la cera de abejas ayuda a derretir y suavizar las resinas; sin embargo éstas se solidifican muy pronto, así que una posible solución para contar con más tiempo para trabajar sería calentar las piedras.
Este sencillo ornamento es resultado de una minuciosa manufactura que testimonia el milenario arte lapidario y conlleva conocimientos científicos y empíricos de los artífices en cuanto a diversos materiales, técnicas y tecnologías. Previamente a que una mujer o un hombre lo luciera en vida o muerte como un ornamento y atributo de su identidad, numerosos y complejos saberes se conjuntaron en su creación.
El objeto consta de dos placas circulares firmemente adheridas, hechas de piedras de diferente color y textura; mide menos de 10 cm de diámetro y aproximadamente 1 cm de espesor. La parte delantera es marrón, de consistencia muy compacta y brillante, su grosor es menor que el de la placa posterior gris y opaca; cabe suponer que la primera es frágil y por ello fue unida a una más gruesa y resistente. El pequeño orificio hacia una orilla indica que la pieza estaba diseñada para colgarse; por el tamaño, pudiera tratarse del pendiente de un collar. En tanto, el deterioro de la sección frontal acaso se produjo no por el uso cotidiano, sino por el ámbito de su procedencia, tal vez como parte del ajuar de un individuo sepultado. La simpleza de la forma circular indica que su atractivo principal residía en el color marrón de la piedra.