El arte y la cultura mesoamericanos en general tienen una vertiente de expresión macabra relacionada con la práctica del sacrificio humano. A pesar de que el sacrificio humano estuvo presente desde etapas tempranas, no siempre dio lugar a tal arte macabro. El sartal de corazones que vemos en un altar circular olmeca, en Chalcatzingo, o los jaguares teotihuacanos cuyas fauces se encuentran frente a un elemento trilobulado que gotea (un corazón o una bola de zacate sacrificial, que gotean sangre) son formas retóricas de aludir al sacrificio sin mencionarlo directamente.
Todo lo contrario ocurrió a partir del Clásico tardío y muy especialmente en el Posclásico: el arte tolteca y el arte de la tradición Mixteca-Puebla expusieron con detalle y abundancia cráneos, huesos, sangre, corazones, pedernales sacrificiales. Tanto en altares y frisos como en la cerámica y en los códices encontramos abundantes muestras de esta reiteración del sacrificio humano y sus despojos.
La tradición que llamamos Mixteca-Puebla se caracteriza por una iconografía que alude sin eufemismos al sacrificio, pero es en especial la vertiente de la tradición Mixteca-Puebla que se desarrolla en el valle de México y en la región de Puebla-Tlaxcala, la que aborda el tema sacrificial de manera constante y tremendamente explícita. La combinación de cráneos y huesos (aparentemente tibias) cruzados es muy típica de esa iconografía sacrificial de la Meseta central, y es por eso que este vaso podría ser de las áreas de influencia de Cholula, Tlaxcala o México. La forma del vaso está relacionada con recipientes encontrados en Isla de Sacrificios, pero la iconografía no tiene ningún rasgo propio de la tradición del Golfo, es íntegramente Mixteca-Puebla de la meseta.
La iconografía de un vaso como éste parecería resolver por sí misma el problema de la función del objeto. El uso religioso y específicamente sacrificial del recipiente saltan a la vista. Podemos suponer, además, que un recipiente así serviría para contener sangre, aunque no es imposible que haya sido utilizado para depositar otro líquido, como pulque, empleado dentro de un ritual que incluía el sacrificio y la ofrenda de la sangre.
En todo caso, vale la pena precisar que los huesos exhibidos en las paredes del vaso corresponden con la práctica del sacrificio humano por extracción del corazón como se narra en las fuentes del siglo XVI: en dichas fuentes se describe cómo las cabezas de los sacrificados eran retenidas en la plaza principal para que fuesen ensartadas y exhibidas en el tzompantli. En cuanto a los huesos, sabemos que los guerreros que habían tomado cautivos solían guardar una tibia de sus cautivos muertos para colgarla en su casa y dejar así patente su valentía. Los huesos son, al mismo tiempo, resultado del sacrificio propiciatorio y trofeos de guerra.
El arte y la cultura mesoamericanos en general tienen una vertiente de expresión macabra relacionada con la práctica del sacrificio humano. A pesar de que el sacrificio humano estuvo presente desde etapas tempranas, no siempre dio lugar a tal arte macabro. El sartal de corazones que vemos en un altar circular olmeca, en Chalcatzingo, o los jaguares teotihuacanos cuyas fauces se encuentran frente a un elemento trilobulado que gotea (un corazón o una bola de zacate sacrificial, que gotean sangre) son formas retóricas de aludir al sacrificio sin mencionarlo directamente.