Se trata de un cajete de base plana con paredes recto divergentes y borde redondeado. Como tratamiento de superficie acentúa un pulimiento uniforme. La pieza destaca por su característico moteado, resultado del uso de arcillas grises con presencia de minerales oxidantes.
La decoración se logra gracias a la técnica de esgrafiado, la cual consiste en generar formas con un objeto punzante posterior a la cocción. En el caso de esta loza se observa tanto al interior, como en el borde. De este último se advierten tres puntos, junto a dos trazos alargados en forma de “U”, los cuales se repiten en tres ocasiones. En la base se observan ondulaciones que convergen hacia la pared, lo que genera un perfil estrellado de 22 ángulos vivos. Al centro, se encuentra un elemento cuatripartito conformado por 11 lobulados, que delimitan una serie de líneas rectas direccionadas a la derecha.
Adentrarnos al significado de la pieza es complejo, aunque es posible advertir la idea central del plato. Estamos ante una iconografía que prioriza el principio del agua desde dos posibilidades. La primera, relacionada con la decoración en el borde remite al supramundo, aquel recinto donde radican las nubes representadas con la “U” alargada, cargadas de lluvia advertidas con tres puntos. El segundo, visible al fondo del cajete por medio de la forma estrellada y el elemento cuatripartito, destaca su condición de nacimiento de agua que además está en movimiento, es decir, aquella que brota del inframundo. En ambas situaciones el punto de convergencia es el plano terrestre, espacio habitado por los humanos que necesitan del vital líquido para su subsistencia tanto para beber, como para la siembra.
Resulta interesante mencionar que para el Preclásico Medio (1200-400 a.C.), en el Altiplano Central el patrón de asentamiento comúnmente se determinaba con base en las fuentes de agua, ya sea en disposición lineal al margen de la rivera o centralizada, teniendo como eje un manantial o un pozo para abastecerse.
Tal situación nos da luz respecto la presencia de esta iconografía en diversos puntos de la subárea citada, ejemplo de ellos son los valles Puebla-Tlaxcala, Tehuacán, la Coatlalpan o la misma cuenca de México, espacios donde la producción alfarera ostenta marcadas afinidades.
