La pieza originalmente formó parte de una figura humana completa, con alta probabilidad en posición de pie. Fragmentos de esculturas modeladas como esta son frecuentes en sitios de la cultura Tlatilco.
Se trata de una sociedad vigente en la fase media del primer periodo de la historia mesoamericana, llamado Preclásico; sus asentamientos se han identificado al occidente y sur de la antigua gran cuenca lacustre del Altiplano Central de México, en lo que actualmente son los estados de México y Morelos.
Entre esos sitios, en el municipio mexiquense de Naucalpan de Juárez se encuentra lo que fue la aldea de Tlatilco, cuyo nombre (de filiación nahua que no corresponde con el idioma o familia lingüística en esa región durante dicho periodo), se ha tomado para denominar a esta importante sociedad, cuya habla local, según la glotocronología, sería de la familia oto-mangue. Entre otros vestigios, ahí se localizó tanto esculturas cerámicas completas como fraccionadas, en contextos domésticos o al nivel de superficie en el que la comunidad se desenvolvía y, asimismo, en las sepulturas subterráneas localizadas dentro de las áreas habitacionales. De ello se ha conjeturado la multifuncionalidad de tales imágenes, lo cual pudiera implicar que su desempeño ritual no se restringía a lo funerario; además se sostiene que su estado fragmentado no fue intencional, sino que se debe a la frágil unión del tronco con el cuello, los brazos y las piernas.
La pieza es de composición maciza y tiene a los lados del rostro o cuello guedejas de cabello que originalmente llegarían a cubrir los hombros, los senos e incluso rebasar la cintura de la figura femenina, como puede verse en otras obras de la misma atribución cultural que integran el acervo de arte custodiado por el Museo Amparo.
Retornando a la antigua aldea de Tlatilco, de 1942 a 1969 se recuperaron, en excavaciones arqueológicas, numerosos restos óseos humanos que habían sido inhumados. Respecto a la cabeza en la que nos detenemos, los análisis de antropología biológica efectuados por Johanna Faulhaber y Arturo Romano Pacheco identifican dos tipos de modificación craneana intencional en mujeres y hombres: tabular erecta y tabular oblicua. Esta práctica, común en Mesoamérica, se iniciaba durante la infancia temprana; la cabeza de los recién nacidos era susceptible de modelarse mediante la compresión en dispositivos con tablas o con vendajes. En el primer tipo, que es el predominante, resultan cabezas altas aplanando verticalmente los huesos occipitales y frontales; mientras que en la tabular oblicua la cabeza se ve reclinada.
Puede observarse la modificación tabular oblicua. En estos pequeños fragmentos de esculturas el detalle figurativo se concentra en la vista frontal, con rasgos faciales estandarizados, no obstante, merece destacarse la maestría y sensibilidad con la que las o los artistas diversificaron las cabelleras, de modo que cada cabeza ostenta individualidad.
El cabello fue elaborado mediante la combinación de las técnicas de modelado, pastillaje e incisión. Parece que se añaden diademas o bandas con aplicaciones circulares, al modo de tocados de joyería.
No sobra recordar que en el arte escultórico tlatilquense prevalece la figuración femenina; en relación con ello se ha propuesto que la variedad de peinados pudiera aludir alguna situación social de las mujeres, como su soltería o estado matrimonial. Pienso que sus significaciones y agencia rebasan la fertilidad biológica, sea humana o vegetal, y tal como lo he mencionado respecto a otro grupo de representaciones femeninas de la cultura Tlatilco, para aproximarnos a su comprensión polisémica, resulta oportuno atender el simbolismo del cabello en la cosmovisión mesoamericana, por lo que concierne el tonalli o la energía y fuerza vital que tenía su asiento en la cabeza y el cabello, de manera que acaso se trate, en algunos casos, de mujeres con cualidades poderosas.