Durante el Preclásico Medio (1200-400 a.C.), Mesoamérica consolida su práctica agrícola a través del manejo intensivo del agua. Aunque siguen existiendo pequeñas aldeas, surgen también asentamientos extensos. En estos espacios, se advierte de manera más clara el fortalecimiento de la estratificación social, donde las élites justifican su potestad con base en discursos religiosos y militares.
El afianzamiento de los grupos de poder, generó una red de intercambio por bienes de prestigio y por tanto, una comunicación directa entre las élites. La interacción permitió que se establecieran convenciones artísticas compartidas por lo que es común encontrar artefactos similares, pero no iguales, en diferentes puntos del territorio mesoamericano como fueron: la planicie costera del Golfo, la cuenca de México, las montañas de Guerrero o los valles Puebla-Tlaxcala, Morelos y Oaxaca.
Evidencia de ello lo encontramos con las esculturas sólidas de pequeño formato que se han nombrado en la bibliografía especializada como “baby face” (cara de bebé) y cuya documentación, considera sitios como San Lorenzo o La Venta; San José Mogote, Tlatilco, Tlapacoyan o Las Bocas.
De las características que identifican a este corpus cerámico son sus ojos rasgados, apenas sugeridos por una línea, nariz pronunciada y labios gruesos. Sin embargo, tal vez el rasgo más significativo sea su plasticidad, es decir, las múltiples posturas en el que las extremidades juegan un papel determinante en la conformación de estas.
El par de figurillas aquí presentadas, integradas al grupo previamente mencionado, fueron elaboradas en la cuenca de México, posiblemente pertenecen a la llamada cultura Tlatilco. Se trata de un sitio rivereño, asentados sobre un abanico pluvial, en el que sus habitantes combinaron la vida agrícola con la caza, recolección y pesca como medios de subsistencia.
Una de las características más significativas de esta aldea es su muy amplia y diversa producción alfarera, lo que sugiere la existencia de especialistas encargados de su manufactura. Entre tantas formas elaboradas de corte cotidiano, como ritual, destacan las esculturas en pequeño formato.
En ambas piezas es posible observar como único atavío, un tocado de tela que enrollado, cubre una parte significativa de la cabeza. Un detalle significativo es la aparición de cabello a la altura de la frente de los personajes, situación que rompe cualquier tipo de hieratismo.
Caso similar ocurre con las posturas, ambas sedentes, pero con un dinamismo particular. En el primer caso se advierten las piernas extendidas, el brazo derecho descansa a la altura de la rodilla, mientras que el izquierdo lo hace en el muslo. La actitud desenfadada, sugiere una convención más holgada e informal. La segunda pieza tiene las extremidades inferiores flexionadas y cruzadas, la mano diestra sujeta las pantorrillas, la zurda por su parte, reposa sobre el muslo. La condición de la figurilla apunta a un carácter señorial y solemne, que nos recuerda a las diversas apariciones de los dignatarios mayas que, sentados en su trono, dan indicaciones o sanciones con la misma postura.