Cultura | Centro de Veracruz |
Región | Nopiloa, Veracruz |
Período | Clásico tardío |
Año | 600-900 d.C. |
Período 9 | Clásico tardío |
Año | 600-900 d.C. |
Técnica | Barro modelado y moldeado |
Medidas | 23.2 x 17 x 7.9 cm |
Ubicación | Sala 4. Sociedad y costumbres |
No. registro | 52 22 MA FA 57PJ 1161 |
Investigador (es) |
Durante el Clásico tardío, en el centro y sur de Veracruz surgió un estilo distintivo para representar a la figura humana, sobre todo en las figurillas integradas a instrumentos musicales como maracas, silbatos, o bien, a instrumentos mixtos. Se trata de una figura femenina robusta, rígida, con cabeza redonda y tocado elaborado. En la mayoría de los casos la mujer carga con una manta a un infante en su costado. El dinamismo corporal del infante contrasta con la rigidez de la figura femenina. Se ha asociado estilísticamente a estas efigies principalmente por los rasgos faciales con figurillas procedentes de Tabasco y Campeche; de ahí deriva el calificativo de mayoide.
La técnica de elaboración consistió en obtener por molde la figura frontal mientras que la dorsal se hacía por modelado. Previo a la unión de las partes, se introdujeron pequeños percutores de barro modelado. En la manufactura de estos instrumentos se utilizó un barro fino anaranjado que fue cubierto por un engobe blanco que servía de base para aplicar pintura azul (el llamado ‘azul maya’), negra y roja. La incorporación de maracas en efigies femeninas asociadas a temas de maternidad y reproductividad, sugiere que tales instrumentos fueron utilizados en ritos para procurar la buena salud, ya sea del niño, de la madre, e inclusive la reproducción del grupo.
Gonzalo Sánchez
En varias regiones mesoamericanas desde épocas tempranas se fabricaron pequeñas esculturas de figuras antropomorfas, estas tradiciones se diferencian entre las diversas culturas por temporalidad y por normas estilísticas. El interés por reproducir a la figura humana cumplía con algunos conceptos culturales y étnicos, a veces se trataba de retratos pues el propósito era identificar la jerarquía, la función dentro de la sociedad o las actividades cotidianas como lo demuestran las figurillas mayas, teotihuacanas, huastecas o de la cuenca de México.
Por sus características formales y de estilo nuestra pieza pertenece al sitio de Nopiloa, municipio de Tierra Blanca, ubicado en el centro-sur del estado de Veracruz y pertenece al período Clásico tardío. En este caso se trata de una figura femenina cargando un niño sobre la cadera; es común encontrar este tipo de representación donde lo que se trasmite es a la mujer como dadora de vida. Los artistas prehispánicos de cada grupo cultural dieron soluciones diversas a las esculturas cerámicas, de tal modo que manifiestan las particularidades que las identifican.
Está hecha en molde, la manera de reflejar la fisonomía es sobria, sus ojos posiblemente estén cerrados como se ha observado en otros ejemplos, la nariz es recta y un poco ancha, en la boca también cerrada, se marcan los labios. La cabeza es casi redonda y el amplio tocado muestra círculos hechos a base de pastillaje y a los lados y sobre la amplia frente, el cabello fue delineado con líneas paralelas; las orejeras son circulares con una incisión en el centro y tanto el collar que tiene un pendiente como los brazaletes son de cuentas. Las piernas y los pies tienen una forma convencional que distingue al estilo de Nopiloa.
En estas obras se dio predominio a la indumentaria, por medio de la cual también se diferenciaba el género y su rango en la sociedad, así percibimos que el vestuario consiste de un huipil y una faldilla, la tela con la que sostiene al niño cruza sutilmente por el pecho y las dos cintas con las que se amarra caen al frente. De modo distinto es el rostro del niño que a pesar del deterioro muestra gran expresividad y con sus labios gruesos casi una sonrisa. El brazo derecho está levantado de tal forma que su palma está abierta como en señal de saludo, además, la tela con la que lo sostienen y que le cubre el brazo izquierdo y de la cintura hasta debajo de las rodillas, tiene otra tonalidad para distinguirla del cuerpo. Los ceramistas de Nopiloa crearon un estilo original en las figurillas, que se observa en las características mencionadas, lo que le ha dado identidad a este sitio arqueológico.
Leticia Staines
En la región de Tlalixcoyan, en cuyas inmediaciones se encuentra El Zapotal, como en la de Tierra Blanca es probable que los eventos asociados con la conformación de la singular identidad cultural del Clásico tardío tomaran forma en lugares distintos del territorio. Hay que reconocer que los orígenes de la tradición alfarera veracruzana, misma que distingue a sitios de la importancia de El Zapotal, por desgracia aún no quedan del todo claros. Aunque culturalmente emparentada con las llamadas Figurillas Sonrientes, tan frecuentes en los basureros ceremoniales y entierros de la cuenca del río Papaloapan, la gran “escultura” de barro que caracteriza la alfarería local pareciera ser un fenómeno artesanal localizado y exclusivo de esta época.
Durante las excavaciones del Montículo 2 de El Zapotal, en el municipio de Ignacio de la Llave, fueron recuperados como parte de una ofrenda masiva de figuras de barro una cantidad significativa de objetos arqueológicos. Junto a la inmensa ofrenda, mayormente testimonio de la actividad de alfareros locales, apareció un osario con casi un centenar de cráneos en su mayoría de mujeres. Entre las piezas venidas de otras tierras destacan algunas figurillas típicas del centro de Veracruz, la zona semiárida Central de Medellín Zenil, y algunos ejemplos de representaciones muy hermosas de mujeres hechas en un barro muy fino y luego recubiertas por una delgada capa de cal antes de recibir el acabado de pintura.
Nopiloa, un pequeño asentamiento al sur de El Zapotal, ha ofrecido hasta ahora la mejor colección de ellas, muchas de estas figuras son “sonajeros”, algunas tienen brazos articulados y no pocas podrían hallarse relacionadas en lo que hace a valor simbólico con las mejor conocidas Figurillas Sonrientes. Todas las de Nopiloa proceden de entierros y no es raro que se hicieran acompañar en la ofrenda de malacates o husos para torcer el hilo de algodón. El propio Medellín, quien también excavó decenas de ellas en las localidades de Los Cerros y Dicha Tuerta, ya había reparado en los años cincuenta sobre sus evidentes vínculos culturales con la alfarería de las tierras bajas noroccidentales del área maya.
Aún siendo elaboradas por ceramistas locales, en el caso de este ejemplo, las características del barro, inclusive la forma y los rasgos del rostro, hacen pensar en la alfarería maya de Tabasco. Hay algo en ellas que se antoja veracruzano, su esencia ciertamente lo es, pero el desarrollo de estas piezas parece haber seguido un camino distinto al que solemos reconocer en la mayor parte de los objetos de barro del centro y sur de Veracruz. No se percibe un origen diferente, aunque es clara la influencia de una alfarería de ascendencia maya.
Nuestra pieza retrata a una mujer que lleva a un niño colgado del “enredo”, una pieza de tela que anuda al frente. Dueña de un bello tocado que deja ver prácticamente todo el cabello y un par de orejeras circulares, tiene un rostro de facciones extraordinariamente finas. Viste huipil y enagua, luce un collar y brazaletes formados por dos hilada de cuentas. El niño levanta el brazo derecho extendiendo la mano en un ademán típico de las Figurillas Sonrientes y porta un tocado rectangular de nueva cuenta similar al que usan estas últimas.
Arturo Pascual Soto