La pieza mezcla rasgos de dos estilos zonales y además añade elementos anómalos, como la hinchazón abdominal y la gran abertura de cocción en la parte superior de la cabeza. En parte, la apariencia corresponde con el estilo Lagunillas en su variante “C”, en el que la barbilla es triangular; de otra, los mechones resaltados en la cabeza y la figuración de individuos sentados con las costillas marcadas por delante y por detrás corresponde con el estilo Ixtlán del Río. Ambos se ubican en el actual territorio de Nayarit.
En otras piezas se marcó la columna vertebral, que aquí no se advierte y contribuye en su alejamiento del realismo anatómico característico de esta escultura. El abdomen abultado junto con las manos arriba de éste, las piernas abiertas y las rodillas levantadas pudieran sugerir una posición de parto, la cual en el repertorio iconográfico de este arte resulta extraña; dado que carece de senos prominentes y genitales, concluyo que la intención del ceramista fue plasmar un hombre enfermo.
La baja calidad de la factura se nota especialmente en los burdos rasgos faciales y en la base plana de la pieza, muy distante del modelado redondeado que caracteriza a esta producción escultórica.
La escultura cerámica de la cultura de las tumbas de tiro, asentada en el Occidente de Mesoamérica del 300 a.C. al 600 de nuestra era, se halla en cantidades masivas en colecciones públicas y privadas de México y otros numerosos países. Algunas pueden rastrearse de modo fidedigno desde las postrimerías del siglo XIX.
Es sabido que los orígenes de las colecciones son muy diversos y en cuanto a sus destinos, no todas pasan a espacios museográficos públicos, como en el caso de las colecciones del matrimonio Sáenz en el Museo Amparo, de la colección de Diego Rivera en el Museo Anahuacalli y de la colección de Miguel Covarrubias en el Museo Nacional de Antropología.
Para referir la heterogeneidad en la conformación de las colecciones de arte de la cultura de las tumbas de tiro, son oportunas algunas notas. En la década de 1890, algunos investigadores extranjeros como Carl Lumholtz y Léon Diguet, recabaron acervos durante sus expediciones al Occidente de México y luego los llevaron a las instituciones que les patrocinaron. Al mismo tiempo, las obras ya eran buscadas por coleccionistas en lo general y ofrecidas a los turistas; además de que se les hallaba accidentalmente en las labores de campo, ya había personas dedicadas a su extracción.
Entre los coleccionistas locales sobresalen Miguel Galindo y José Luis Cossío y Soto, ambos profesionistas interesados en el conocimiento del pasado precolombino de Colima, que publicaron sus estudios sobre la materia en 1922 y 1939 respectivamente.
Otros coleccionistas tempranos son extranjeros que visitaron o vivieron en México como turistas, comerciantes, terratenientes, empresarios o diplomáticos, quienes se hicieron de enormes acervos. Algunos fueron trasladados a Europa, como el de Arnold Vogel, quien fuera cónsul alemán en Colima y hacendado cafetalero; su colección llegó en 1911 al Museo Etnográfico de Berlín. Otro caso es el del franco-mexicano Auguste Genin, un empresario ligado al gobierno mexicano durante el Porfiriato y encargado de una misión por el Ministerio de Instrucción Pública de Francia; a partir de ello, por lo menos desde 1922 el Museo del Trocadero, en París, contaba ya con un conjunto de miles de objetos enviados por Genin; otra parte de su colección también llegó a los Museos Reales de Arte y de Historia, en Bruselas.