Cultura | Tumbas de tiro |
Estilo | Comala |
Región | Colima |
Período | Preclásico tardío-Clásico temprano |
Año | 300 a.C.-600 d.C. |
Período 9 | Preclásico tardío-Clásico temprano |
Año | 300 a.C.-600 d.C. |
Técnica | Barro con bajorrelieve y bruñido |
Medidas |
29.5 x 16.2 cm (diámetro) |
Ubicación | Sala 7. La muerte |
No. registro | 52 22 MA FA 57PJ 1118 |
Investigador |
En el arte de la cultura de las tumbas de tiro, en particular en el estilo Comala, originario del valle de Colima, se conocen varios vasos como éste: altos y con bajorrelieves en la superficie exterior que repiten cuatro veces la imagen de una serpiente con dos cabezas cuyo cuerpo forma un arco que encierra la figura de un hombre de pie. Un elemento básico para que pudiera identificarlo como la representación de una mítica inundación universal reside en que siempre se trata de vasijas cilíndricas, que en ocasiones conservan una tapadera, también de cerámica.
Dicho mito es propio de la cosmovisión wixárika o huichola y su registro más antiguo fue hecho en los últimos años del siglo XIX por el etnólogo Carl Lumholtz en el norte jalisciense, en pueblos asentados en la sección sur de la Sierra Madre Occidental. Esta obra artística se suma a otras numerosas evidencias que me permiten afirmar que la cultura wixárika, junto con las otras –como la cora o nayarí- que se ubican en la zona llamada Gran Nayar-, es heredera de la antigua cultura de las tumbas de tiro. Tal mito continúa vigente entre los wixaritari o huicholes, cuya ideología y cultura material permite entender los testimonios de uno de los principales desarrollos del antiguo Occidente de México cuyo colapso ocurrió hacia el 600 d.C. y de este modo ostentan la continuidad de la milenaria tradición del pensamiento mesoamericano.
El mito pertenece a la categoría de los relatos cosmogónicos, concierne a una de las creaciones del mundo, los dioses, la humanidad y todo lo existente. En términos del idioma huichol, un sembrador llamado Watákame talaba árboles para poder cultivar su terreno, sin embargo, cada día encontraba que habían vuelto a crecer. Preocupado y cansado desistió, pero volvió al quinto día para averiguar lo que ocurría; al poco tiempo presenció que una anciana con una vara en la mano se levantó del suelo en medio de un claro, con su vara señaló hacia los seis rumbos del universo –incluyendo el superior e inferior- y de inmediato los árboles se levantaron. El hombre le reclamó y la anciana, que era Takútsi Nakawé, la diosa Madre de la Tierra, le dijo que estaba trabajando en vano porque vendría una gran inundación en cinco días. Para resguardarse, le indicó hacer una caja con árbol de zalate tan alta como su estatura y le pusiera una tapa, que llevara consigo cinco granos de maíz de cada color, cinco frijoles de cada color, fuego, tallos de calabaza para alimentarlo y una perra negra.
El joven sembrador tuvo listo todo al quinto día y entró a la caja, la anciana puso la tapa encima, selló las aberturas con una resina vegetal y se sentó sobre ella con una guacamaya posada en un hombro. La caja flotó en el agua por cinco años, primero hacia el sur, luego hacia el norte, el oeste, el este y hacia el cielo y todo el mundo se llenó de agua. Al sexto año la caja se detuvo en una montaña, el hombre quitó la tapa y vio que el territorio aún estaba lleno de agua, pero algunas aves hacían valles con sus picos y las aguas comenzaron a correr y se separaron en cinco mares. Luego comenzó a secarse todo y nacieron los árboles y pastos.
Watákame siguió con su trabajo de limpiar los campos para sembrarlos; se convirtió así en el único sobreviviente humano de ese diluvio universal y en el ancestro de la nueva humanidad ya que el relato indica que la perra que llevaba se transformó en mujer y con ella procreó una familia muy grande, sus hijos e hijas se casaron y el mundo se pobló. En su indagación de campo, Lumholtz recabó una réplica de esa caja o “arca” de madera y su contenido. Por medio de comparaciones con otros vasos de cerámica semejantes al de la colección del Museo Amparo y de exploraciones iconográficas en el arte mesoamericano, me es posible afirmar que representan el arca del diluvio. La forma cilíndrica remite directamente al tronco ahuecado, del que además el etnólogo menciona que se le quitó toda la corteza y la superficie fue pulida.
En Mesoamérica las serpientes con una cabeza en cada extremo, como las que vemos en el vaso, se asocian con la bóveda celeste y el agua pluvial; en particular para los wixaritari una gran serpiente de este tipo simboliza el mar inframundano y recibe el nombre de haiku; esta serpiente de agua se vincula a su vez con la oscuridad y lo nocturno, cualidades del ámbito inferior del cosmos. Destaca que bajo un principio de inversión, la bóveda celeste durante la noche se equipara con dicho océano del inframundo, en donde en última instancia tienen su origen las lluvias.
El conocimiento del mito permite apreciar que en nuestro vaso el artista evocó con claridad al ancestro mítico de los humanos mientras el mundo en su totalidad estaba inundado: mediante un artificio vemos también en la superficie exterior del arca a su huésped principal, es decir, la imagen del hombre; la repetición en cuatro veces de los arcos serpentinos que encierran a la figura masculina señala que la inundación abarcó los cuatro rumbos del universo. La colocación en una tumba de tiro y cámara de esta obra que simboliza un mito de origen resulta coherente con las características que el sistema de pensamiento mesoamericano atribuye en lo general a los espacios subterráneos que en forma de construcción arquitectónica creó masivamente el llamado pueblo de las tumbas de tiro: son lugares oscuros, nocturnos, húmedos, femeninos y espacios primordiales de origen.