El México antiguo. Salas de Arte Prehispánico
Vaso pulido | El México antiguo. Salas de Arte Prehispánico | Museo Amparo, Puebla
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Vaso pulido

Cultura Teotihuacana
Región Valle de Teotihuacán
Período Clásico temprano
Año 200-650 d.C.
Período 9 Clásico temprano
Año 200-650 d.C.
Técnica

Barro modelado, pulido a palillos y acanalado

Ubicación Bóveda Prehispánico
No. registro 52 22 MA FA 57PJ 196
Investigador

Posiblemente una de las formas más representativas de la loza teotihuacana es el vaso. Presente en el registro arqueológico desde el primer siglo de nuestra era, hasta la caída de la ciudad hacia el 650 d.C., su manufactura tuvo diversas decoraciones y aplicaciones, que le dotaron de un particular sentido.

Recordemos, por ejemplo, la ornamentación en el cuerpo de las vasijas como son los pulidos diferenciados, negativo, bajorrelieve, esgrafiados, incisiones o estucados para después ser pintados al seco o al fresco. Asimismo, el uso de soportes trípodes de botón, sólidos, cilíndricos o almenados, este último, de gran influencia en zonas diversas del territorio mesoamericano como Zacatecas o la región Maya, nos permite vislumbrar la constante experimentación y confianza que tenían los alfareros teotihuacanos con la forma. A su vez, nos muestra su transversalidad utilitaria, ya que las vasijas abarcan contextos ceremoniales y cotidianos.

En el caso de nuestro vaso, catalogado con el número 196, observamos su base plana y paredes rectas, las cuales divergen a partir del borde que se encuentra redondeado. Su acabado de superficie, homogéneo, es logrado a partir de un pulimiento enérgico, aunque se perciben algunas zonas craqueladas, posiblemente resultado del contexto.

Presenta una decoración de cuatro acanaladuras distribuidas de manera horizontal, que recorren la totalidad de la pieza. Gracias a ello, se distinguen destellos de color café claro, que evidencia la tonalidad propia de la arcilla, lo que a su vez nos precisa, la técnica de pigmentación conocida como: ahumado. Esta consiste en colocar al fuego una vasija precocida, para que, a través del humo de la combustión de un elemento orgánico, el carbón se impregne en la obra. Entre más expuesta se encuentre, mayor la uniformidad del tono.

La diversidad decorativa, así como su permanencia temporal, muestran no solo la afinidad de los ceramistas teotihuacanos por su manufactura, sino también una cadena productiva que involucraba a los operarios, comerciantes y consumidores tanto de las élites, como del pueblo en general.

Asimismo, refleja el control político y comercial del Estado teotihuacano, pues al ser lozas de producción local, muy posiblemente, su manufactura estuvo estrechamente vinculada con los intereses y desarrollo de los gobernantes, que va desde la selección de los bancos de arcilla, las zonas de elaboración, su distribución y, en cierta medida, de desecho.

Esta cadena productiva en Teotihuacan iniciaba con la obtención de la materia prima en el valle, espacio donde proliferan arcillas de origen volcánico. Posteriormente, eran enviadas a las áreas de producción visibles en algunos barrios de la metrópoli, que seguramente, convivían con otros ejercicios de confección. Finalmente, el flujo de productos a distintas partes de Mesoamérica como el valle Puebla-Tlaxcala, Costa del Golfo, Oaxaca o la región Maya (Tikal, Kaminaljuyu o Copán), conllevaba a un destacado control de las rutas.

Todo en conjunto, dio como resultado que el prestigio y el poder de la gran urbe aumentaran, otorgándole el referente de ser el asentamiento del Clásico Temprano (200-650 d.C.), y a partir de entonces, influir en el desarrollo cultural del mundo prehispánico venidero.

Posiblemente una de las formas más representativas de la loza teotihuacana es el vaso. Presente en el registro arqueológico desde el primer siglo de nuestra era, hasta la caída de la ciudad hacia el 650 d.C., su manufactura tuvo diversas decoraciones y aplicaciones, que le dotaron de un particular sentido.

Obras de la sala

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