Los depósitos de aluminosilicatos, probablemente la materia prima de las cuentas, se distribuyen ampliamente en el territorio mexicano, desde la Sierra Madre del Sur hasta Guatemala, por lo que su obtención pudo ser más accesible en múltiples localidades, hecho que refleja una mayor variabilidad geoquímica y cuantitativa en los depósitos arqueológicos. Dentro de las más comunes tenemos principalmente, los aluminosilicatos o serpentinas y las jadeítas. En las fuentes históricas no se hace distinción entre ellas, todas eran denominadas chalchihuites o piedras verdes preciosas, consideradas como el símbolo acuático de la vida y de la fertilidad.
Las piedras verdes son quizás uno de los materiales más apreciados por las culturas mesoamericanas. Su uso se extiende desde el Preclásico temprano hasta la conquista española en el siglo XVI. Con estos materiales se manufacturaban todo tipo de artefactos como símbolos de estatus y con fines rituales, incluyendo ofrendas y entierros.
Se considera que uno de los materiales de mayor calidad y más valioso fue la jadeíta, cuyas fuentes conocidas se encuentran en la cuenca del Motagua en Guatemala. Debido a su gran aprecio, su uso se extendió más allá del área Maya, pero dada su importancia, materiales y objetos trabajados en este mineral se llevaron a regiones lejanas por diversas rutas de intercambio. Siendo un material tan precioso, y la elaboración de artefactos con este material un recurso de gran relevancia, el control de la explotación de las fuentes y de los centros de producción se llevaron a cabo principalmente en el periodo clásico Maya. Cabe señalar que en el territorio mesoamericano las cuentas de piedra verde son de los elementos más abundantes de material lapidario, si bien muchas de ellas corresponden a materiales de jadeíta y por lo tanto de manufactura maya, también se han recuperado cuentas elaboradas a partir de aluminosilicatos, mayoritariamente serpentinas, las cuales presentan una tecnología muy común para el centro de México desde el periodo formativo, que se caracteriza por el empleo de andesita para desgastar y pulidor de pedernal para dar acabados.
Esta pieza presenta una cara plana irregular, paredes rectas y perforación tubular en el centro; en una de las caras se observa un reborde sin regularizar, producto del corte. La tecnología que presenta coincide con la del área maya del periodo clásico, pues fue posible identificar desgaste con caliza y pulido con nódulo de jadeíta.
Las cuentas tubulares de jadeíta, como esta, son elementos muy especiales, tanto por su origen cuya procedencia corresponde a las riberas del río Motagua en Guatemala, así como por el tiempo de trabajo invertido que se necesitaba para elaborarlas. Por su dureza, la cual es de rango 7 de acuerdo con la escala de Mohs, siendo el diamante la roca más dura con un rango 10, no fue nada sencilla su manufactura. Requería la participación de artesanos especializados con gran destreza y pericia, los cuales podían tardar cientos de horas en darles forma, perforarlas y darles el lustre vitreo que presentan en su superficie. Cabe señalar que dichos objetos solo podían portarlos miembros de la élite y deidades.
Los depósitos de aluminosilicatos, probablemente la materia prima de las cuentas, se distribuyen ampliamente en el territorio mexicano, desde la Sierra Madre del Sur hasta Guatemala, por lo que su obtención pudo ser más accesible en múltiples localidades, hecho que refleja una mayor variabilidad geoquímica y cuantitativa en los depósitos arqueológicos. Dentro de las más comunes tenemos principalmente, los aluminosilicatos o serpentinas y las jadeítas. En las fuentes históricas no se hace distinción entre ellas, todas eran denominadas chalchihuites o piedras verdes preciosas, consideradas como el símbolo acuático de la vida y de la fertilidad.