Antes de lo iconográfico, me abocaré a un aspecto menos evidente de la imagen. El arte de la cultura de las tumbas de tiro ofrece en formato escultórico escenas que en otras culturas de Mesoamérica únicamente se plasmaron en expresiones bidimensionales, como relieves, grabados y pinturas. Lo escultórico implica volúmenes plenamente tridimensionales y lo escénico la representación de situaciones que evocan desarrollos espaciales y temporales; en la cultura que tratamos existen varias modalidades.
En la región Occidente, el antecedente de esta tradición artística data del Preclásico medio y se halla en un conjunto escultórico, es decir, una agrupación de figuras exentas, que representa una escena del juego de pelota; el conjunto procede de una tumba de El Opeño, Michoacán. Del acervo de la cultura de las tumbas de tiro, las imágenes de escenas más conocidas son las maquetas de una extensa variedad de edificios que se encuentran habitadas, a veces por una gran cantidad de individuos que realizan acciones diversas. Asimismo, las escenas se modelaron sobre plataformas que tienen adosados grupos de figuras, sin incluir edificios.
La modalidad menos conocida la ejemplifica la pieza que nos ocupa, son figuras unidas y están exentas, no se sujetan a una base. Es una obra muy interesante, remite a la guerra, el cual es un tema destacado en este acervo artístico, sin embargo no es tan numerosa la figuración del guerrero en acción junto con su cautivo, es el primero quien sobre todo se ve individualmente.
La colección del Museo Amparo posee otra imagen semejante, también del estilo Ameca-Etzatlán; vale la pena compararlas con el fin de resaltar las cualidades de la que ahora vemos. En la otra se enfatiza la jerarquía mayor del guerrero, pues usa yelmo, su tamaño es mucho mayor que el del cautivo, quien tiene más rasgos de animal. Según lo veo, en ésta parece magnificarse la victoria sobre un enemigo poderoso. Aun cuando el vencido ostenta la postura de un cuadrúpedo, su tamaño es grande, si lo imaginamos de pie, supera la altura del guerrero; además, está vestido con un pantalón corto y los dos muestran deformación craneana tabular erecta y pintura facial semejante, la cual es la única ornamentación que se les aplicó.
En el arte de otras culturas del México antiguo la desnudez se asocia de modo usual con los vencidos, no es así en el creado por la sociedad constructora de las tumbas de tiro. De modo predominante se plasmaron sin indumentaria hombres y mujeres de elevado estatus o de cualquier otro, aunque se trata de una desnudez ornamentada. Entre las convenciones que rigieron la figuración del cuerpo humano detecto que los genitales masculinos fueron escasamente representados, mientras que los femeninos aparecen con cierta frecuencia.
Cabe mencionar que no es común que las piezas del estilo Ameca-Etzatlán conserven los detalles pictóricos que se aplicaron en negro y rojo sobre el engobe crema; en particular esto ocurre con el negro, por ello, esta pieza también resulta sobresaliente. El rostro de ambas figuras es de color crema oscuro o bayo, y el resto del cuerpo se pintó de rojo. En negro podemos ver el cabello, las pupilas, el contorno de los ojos, los labios, la decoración facial a base de círculos y secciones lisas, una especie de tilma o capa lateral en el caso del vencedor y en el otro, el pantaloncillo.
Retornando a las cualidades escénicas, el individuo de pie levanta un arma puntiaguda corta, por la manera como lo sostiene es claro que el artista plasmó al guerrero en acción, claramente está a punto de enterrar el cuchillo al cautivo, a quien toma del cabello. Cabe notar que el estereotipo de conquista que abunda en los imaginarios plásticos de las culturas mesoamericanas consiste en sujetar al oponente por el cabello. En este sentido, nuestra escena escultórica es singular, a la vez que tradicional en el panorama del arte del México antiguo.