La obra reviste gran interés porque testimonia las peculiaridades iconográficas del arte de la cultura de las tumbas de tiro y advierte la ideología que compartieron los pueblos mesoamericanos sobre la concepción de la mitad femenina del cosmos. En el arte de otras regiones de Mesoamérica, la desnudez de los cautivos se vincula con la humillación a la que eran sometidos; de esta manera puede verse, por ejemplo, en las lápidas con relieves de hombres sacrificados que decoraban el Edificio L de Monte Albán, conocidas en conjunto como “Galería de los danzantes”.
No obstante, en esta cultura del Occidente los individuos de elevada jerarquía social, sean hombres o mujeres, constantemente se figuraron desnudos o con escasa indumentaria. Según lo he identificado, se trata de un arte escultórico que enfatiza la anatomía y en el que la exposición de la corporalidad se liga en buena medida con la expresión de la vitalidad en un ámbito funerario, como son las tumbas de tiro, la procedencia común de estas obras. Tal desnudez no implica necesariamente la representación de los genitales, en particular, están ausentes o son poco notorios en las figuras masculinas, señores principales, guerreros, cargadores, cazadores, músicos, bebedores y jugadores de pelota.
El pene erguido destaca en algunas de las esculturas que presentan rasgos patológicos, pueden ser jorobados, enanos, presentar el abdomen inflamado y en otras cuyo atuendo remite a “bufones”. En ocasiones, el tamaño del pene es desmesurado, no es el caso de la pieza que vemos, si bien, claramente es itifálica, tiene el falo erecto. También es evidente su condición de cautivo; en el ingenioso manejo de las formas propio del estilo Comala, una botella de cuerpo globular es a la vez el torso del individuo, quien tiene las manos atadas a la “espalda”.
En la plástica maya Claude F. Baudez ha estudiado el tema de los prisioneros con los genitales expuestos y advierte que se sugiere el sacrificio o el autosacrificio por medio de la perforación del pene –en algunas se ven espinas o punzones ya insertados-, lo cual generaría un abundante sagrado, propicio a los rituales de fertilidad. Al respecto, de nuevo sobresalen las peculiaridades iconográficas de este arte, debido a que no encuentro en él indicios de mutilación fálica; si lo hay de otras partes del cuerpo humano, como las mejillas, pero no de ese órgano.
A mi juicio, la significación de esta imagen cae en el terreno de las transgresiones sexuales, en específico, expresa el afán de control o sometimiento de una actividad sexual altamente acentuada, de un placer exacerbado que connota una falta de control, el caos, la humedad y la fecundación, cualidades que caracterizan la mitad femenina del cosmos, según lo ha subrayado Alfredo López Austin en sus estudios sobre el sistema del pensamiento mesoamericano. Precisa que la sexualidad se asociaba a categorías clasificatorias de lo terrenal, frío, muerto, maloliente, podrido y oscuro del vientre preñado, donde el semen ya corrupto servía para crear una nueva vida.
En este orden de ideas, conviene notar la interesante coherencia conceptual que revestía la presencia de esta obra, con elevada carga sexual, en una tumba de tiro y cámara, pues dichas construcciones funerarias son propias del ámbito inframundano, que asimismo pertenece a la parte femenina del cosmos; de hecho, el modelo básico de este tipo de sepultura tiene la forma de una vagina y un útero. El cautivo itifálico materializa artísticamente algunas de las ideas abstractas de ese inframundo femenino que rebasan la asociación inmediata de la sexualidad con la reproducción biológica; además de lo mencionado, tiene implícito el erotismo y, más allá del desequilibrio individual, la intención de evitar la alteración del orden social establecido que puede causar una sexualidad desenfrenada, de ahí que el hombre esté atado.
En el arte del pueblo de las tumbas de tiro no todas las imágenes de contenido sexual se plasmaron sometidas, por lo contrario, en algunas se exalta; es el caso de ciertas parejas recostadas en las que la figura masculina tiene el pene erecto y a veces se autoestimula y de algunos enanos, que pueden ser jorobados, quienes ostentan falos enormes y en ocasiones también se sugiere masturbación. De acuerdo con autores como Miriam López y Jaime Echeverría, en la iconografía mesoamericana las faltas sexuales cometidas por los humanos y las deidades podían manifestarse con deformaciones corporales y enfermedades.
En este sentido, en nuestra pieza se ve una postura encorvada y acaso el cuerpo globular de la vasija señala una joroba, si bien, al margen de ello, el individuo presenta claras deformidades: la nariz está inclinada y la línea sinuosa de la boca indica una parálisis facial; asimismo, la vista de perfil permite apreciar prognatismo, una malformación genética en la que la mandíbula inferior sobresale más que la superior.
Existe un atributo más por considerar en el cautivo: la protuberancia cónica en la cabeza. Es distintiva de las esculturas masculinas del estilo Comala y a menudo se figuraron las bandas que lo ataban a la cabeza, de modo que puedo mencionar que no se trata de un “cuerno” natural, aun cuando en esta obra así lo parezca. De modo predominante dicha forma cónica se asocia con figuras de alto estatus, de orden religioso o quizá secular, aunque igualmente algunos prisioneros lo exhiben, los otros que conozco con ese rasgo no son fálicos, por ello reconozco significaciones separadas. En la compleja polisemia de esta obra pudiera incluirse la representación de un personaje de elevada jerarquía, quizá con funciones religiosas de carácter sexual.