Entre las múltiples técnicas decorativas de la cerámica se encuentra el ahumado, el cual produce una superficie oscura. Este efecto puede darse sin intencionalidad, debido a que durante la cocción existe el azar, aunque cabe enfatizar que la experiencia y habilidad de los maestros ceramistas son determinantes en el control de los diversos factores en el proceso creativo de acuerdo con los resultados deseados.
Para lograr el ahumado, una vez que las piezas están cocidas –en este momento exhiben un tono claro o medio- y ya se apagaron las llamas pero se mantiene la temperatura elevada, se genera humo en el mismo horno construido o al aire libre; para ello las obras se cubren con estiércol seco y pulverizado, hojas secas, aserrín u otros materiales orgánicos; al cerrar el espacio se genera una atmósfera reductora, es decir, sin ventilación o entradas de oxígeno.
En el arte cerámico mesoamericano predomina este tratamiento en las obras que muestran la totalidad de la superficie oscura o negra; no se les ha aplicado engobe o pintura. En el caso de la región Occidente destaca en las vasijas funerarias de la temprana cultura Capacha, fechada de modo principal entre los años 1500 y 800 a.C.; asimismo se encuentran recipientes negros ahumados en la cultura de las tumbas de tiro, datada del 300 a.C. al 600 d.C.; en comparación con los de Capacha muestran paredes más delgadas, y por ello, en términos hipotéticos, la cultura más reciente es una en las que pudiera hallarse el origen de la pieza que vemos.
Nuestro tecomate exhibe un ligero ahumado uniforme, que en ciertas zonas permite apreciar el tono claro de la superficie base. La monocromía y la simpleza de una perfecta forma semiesférica, produjo un bello objeto, que además muestra en el exterior dos pares de finas líneas paralelas incisas, uno cerca de la boca y otro en la parte media del cuerpo. El delicado tratamiento decorativo no se contrapone con las funciones prácticas, pues muestra huellas de uso como contenedor; en cuanto a su utilidad, no se distingue que haya estado expuesto al fuego.
En el acervo del Museo Amparo existe otra vasija con tratamiento similar, con el registro 52 22 MA FA 57PJ 1070. Es un cuenco arriñonado de fina factura, también ahumado, de dimensiones parecidas y con líneas incisas paralelas. De este par de obras no sólo es oportuno plantear que proceden del mismo contexto específico, igualmente que son producto de un mismo taller y acaso del mismo artista. A siglos de distancia, esta afortunada coincidencia nos permite apreciar la reiterada maestría de los alfareros del México antiguo.
Entre las múltiples técnicas decorativas de la cerámica se encuentra el ahumado, el cual produce una superficie oscura. Este efecto puede darse sin intencionalidad, debido a que durante la cocción existe el azar, aunque cabe enfatizar que la experiencia y habilidad de los maestros ceramistas son determinantes en el control de los diversos factores en el proceso creativo de acuerdo con los resultados deseados.