El México antiguo. Salas de Arte Prehispánico
Representación de una cabeza humana con gran nariguera de jade | El México antiguo. Salas de Arte Prehispánico | Museo Amparo, Puebla
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Representación de una cabeza humana con gran nariguera de jade

Cultura Teotihuacana
Región Ciudad de Teotihuacán
Período Clásico temprano
Período 9 Clásico temprano
Año 200-550 d.C.
Técnica

Barro modelado con perforaciones y complemento de pastillaje. Policromía erosionada

Medidas 3.6   x 3.3  x 2.4  cm
Ubicación Bóveda Prehispánico
No. registro 52 22 MA FA 57PJ 126
Investigador

Ésta es una pieza típicamente teotihuacana, con elementos muy comunes en aquella metrópoli y mucho menos frecuentes en otros asentamientos de su época. Desde las etapas más tempranas de la historia de la ciudad se elaboraron figuras con rostros estereotipados que reflejan la deformación craneana tabular erecta típica de la ciudad: la zona de la frente es muy ancha y la cabeza se angosta al descender a la barbilla. Los rasgos son bastante esquemáticos, de manera que se producían series de figuras casi idénticas entre sí.

También es muy frecuente en representaciones de la metrópoli esa enorme nariguera, formada por una barra de círculos concéntricos y unas cuentas verticales, que se diría que cuelgan de la barra. Corresponde con ornamentos de piedra verde que se ha encontrado en diferentes contextos, pero como diseño parece también constantemente, adherida a máscaras o sobre el rostro de representaciones de sacerdotes o dioses. Por los círculos concéntricos (que representan el chalchihuite), por las cuentas que se asemejan a los dientes de algunos rostros del dios de la lluvia, y por el color verde (tanto el que se pinta en las representaciones como el de la jadeíta misma), suele identificarse esa nariguera con el dios Tláloc.

No se trata de una parte quebrada y desprendida de una figura mayor. El artesano modeló como pieza aparte el pequeño rostro o máscara para que se pegara y tomara sentido dentro de un conjunto. La pieza fue hecha para ser vista exclusivamente de frente, y fue provista desde su elaboración de dos orificios, uno a cada lado, para sujetarla a algo más. Por sus dimensiones y sus características formales e iconográficas, lo más probable es que se trate de la máscara central de un brasero.

Sabemos que los braseros teotihuacanos, formados por dos conos invertidos y con un enorme tocado o penacho que formaba parte del sistema de salida del humo, se armaban a partir de gran cantidad de piezas que eran pegadas con algún cementante al cono superior y a la estructura de la chimenea. Se usaban pequeñas piezas que representaban plumas de quetzal, escudos emplumados, flores, algunos moños, diseños textiles y, en el centro, una pequeña máscara, generalmente provista de orejeras y de una enorme nariguera.

La mascarita que registramos aquí debió formar parte de uno de esos braseros. Hay en ella restos de una ligera aplicación de estuco, como sellado previo a la aplicación de los colores. Se conservan restos muy visibles de rojo y un amarillo en la nariguera, que puede ser lo que queda de un antiguo verde. Tal pérdida del azul ocurre con frecuencia. En cuanto al rostro propiamente dicho, está pintado de negro pero tiene cierto brillo, tal como ocurre con la cerámica cuando se pinta utilizando chapopote. El color negro en la cara es característico de las imágenes sacerdotales.

Ésta es una pieza típicamente teotihuacana, con elementos muy comunes en aquella metrópoli y mucho menos frecuentes en otros asentamientos de su época. Desde las etapas más tempranas de la historia de la ciudad se elaboraron figuras con rostros estereotipados que reflejan la deformación craneana tabular erecta típica de la ciudad: la zona de la frente es muy ancha y la cabeza se angosta al descender a la barbilla. Los rasgos son bastante esquemáticos, de manera que se producían series de figuras casi idénticas entre sí.

Obras de la sala

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