La pieza que nos compete es una pequeña figurilla femenina de doce centímetros de alto por cinco de ancho; esta proviene del yacimiento arqueológico del Preclásico conocido como Tlatilco, por lo que es posible datarla entre el 1400 y el 800 a.C.
La mujer representada en barro está totalmente desnuda y su cuerpo es más abstracto que naturalista o realista; la traza básica de su figura está dictada por la curva de la cadera y la cintura, los otros rasgos son casi minimalistas. En la pieza podemos apreciar muslos muy gruesos, senos grandes y una cintura delgada, por lo que parece tratarse de un individuo joven; el sexo, por otra parte, no está marcado. En contraste, los brazos apenas están insinuados con muñones que no poseen manos y los pies son inexistentes, pues las piernas acaban en simples puntas redondeadas. Estas características pueden deberse a varias razones: hacer que la figurilla fuera maniobrable y se ajustara cómodamente a la mano, agilizar su elaboración mediante la simplificación del cuerpo humano y finalmente, la intención explícita del maestro artesano para llevar la atención de la mirada hacia los rasgos resaltados, es decir, muslos, senos y la cabeza.
La cabeza de la mujer, como es común en este tipo de objetos, ocupa un tercio o más del cuerpo y fue modelada de manera plana y alargada, posible indicio de deformación craneal; asimismo, es el segmento corporal más detallado. Las orejas del personaje están perforadas y posee un tocado que parece formar una especie de casco, decorado con un detalle rectangular que, a su vez, se aprecia adornado con incisiones verticales que quizá simulan algún patrón simétrico. El paso del tiempo ha borrado casi cualquier huella de pigmentos que representen pintura corporal en la figura, no obstante, el tocado y el rostro conservan restos de color rojo, seguramente aplicada con cinabrio, y tenues manchas de ocre.
En el rostro podemos observar los labios abiertos, una nariz pequeña, aunque un tanto prominente, y ojos con perforaciones que representan las pupilas; en conjunto la expresión podría remitirnos a un estado de trance: los ojos bien abiertos, mirando en direcciones opuestas y la boca entreabierta. Los estados alterados de conciencia fueron una práctica muy común en los rituales religiosos de las culturas mesoamericanas, estos generalmente se alcanzaban mediante la ingesta de sustancias con propiedades alucinógenas, aunque también se podía recurrir a la aplicación de enemas, contorsionismo y la repetición rítmica de “oraciones”.
Ahora bien, los rasgos individualizados del rostro y el tocado son señales de que este tipo de representaciones femeninas estaban basadas en modelos reales: mujeres pertenecientes a los estratos sociales elevados o sacerdotisas especializadas en rituales de fertilidad. Asimismo, es posible que estas piezas también fueran un retrato de la vida cotidiana y de sociedades en que la desnudez era una condición culturalmente aceptada y normalizada.