En el arte mesoamericano se manifestó un complejo sistema de creencias que fue común a numerosos grupos e individuos, esto resultó en la producción de diversas figurillas de barro que se enmarcan en tradiciones regionales que comparten ciertos aspectos estéticos y nociones sobre la figura humana. No obstante, en estas tradiciones también se proyectaron elementos individualizadores que dotaron a cada pieza de un carácter único.
Las figuras con la etiqueta 587 fueron elaboradas en el Altiplano Central, particularmente en el sitio de Xalostoc, durante el periodo Preclásico. Los cuerpos fueron modelados a partir de barro y con la intención de representar la figura humana y las expresiones faciales.
Ambas piezas poseen cuerpos similares que, si bien a simple vista parecen planos, poseen relieves y contornos cuyo propósito es diferenciar las extremidades y las formas. Las piernas y las caderas se representaron abultadas y prominentes, quizá con la finalidad de resaltar la fertilidad femenina que las mujeres alcanzan durante la adolescencia. Asimismo, las dos figuras poseen senos que armonizan con los otros rasgos corporales femeninos y están detalladas con notorios ombligos realizados mediante la técnica de incisión. Los brazos, en cambio, contrastan con los miembros inferiores, pues son de menor tamaño y proporción respecto al resto del cuerpo.
Las formas generales de los cuerpos representados son similares, sin embargo, sus rostros se diferencian entre sí por su composición técnica. La primera pieza muestra un cráneo rectangular, alargado y ataviado con un tocado conformado por una cinta decorada con cinco círculos y cuatro tiras que llegan hasta la parte posterior de la figura; es posible que estos elementos se crearan a partir de telas y componentes rígidos entretejidos.
El personaje porta un collar y dos cintas que descansan sobre sus hombros; su rostro está detallado con grandes ojos elaborados a partir de pastillaje y una boca, plasmada por medio de incisión, en la que se percibe una expresión de gozo o alegría. Es evidente que la nariz fue el primer elemento facial añadido y que se fabricó a partir de la misma pieza de arcilla que conforma la cara. El rasgo más distintivo de esta pieza son las mejillas, pues se observan marcadas por dos figuras circulares que posiblemente representan algún tipo de perforación o incrustación, decoración corporal muy común entre los grupos mesoamericanos.
La segunda pieza, en cambio, muestra un cráneo redondeado, lóbulos perforados, orejeras y un elaborado tocado formado por tres bultos decorados con perforaciones. El frente y el reverso del atavío posee patrones geométricos muy estilizados. Los ojos del personaje son de gran tamaño y se realizaron con la técnica de pastillaje; la nariz es abultada y la boca expresa gozo o habla, pues está notoriamente abierta.
En el arte mesoamericano se manifestó un complejo sistema de creencias que fue común a numerosos grupos e individuos, esto resultó en la producción de diversas figurillas de barro que se enmarcan en tradiciones regionales que comparten ciertos aspectos estéticos y nociones sobre la figura humana. No obstante, en estas tradiciones también se proyectaron elementos individualizadores que dotaron a cada pieza de un carácter único.