La pieza en cuestión coincide en rasgos fundamentales con otras figurillas procedentes con certeza del norte de Veracruz. Es una obra huasteca. Su pequeño tamaño, su sencillez y la naturalidad de lo que parece una expresión cotidiana, nos recuerda el repertorio de figurillas del valle de México en el Preclásico, particularmente de Tlatilco. Pero es solamente una semejanza temática, expresiva. Estilísticamente está muy lejos de aquellas.
Nuestra pieza está elaborada con una arcilla especialmente elástica; esto ha permitido un modelado de las partes del cuerpo rico en curvas, fluido. Además no hay agrietamientos y aquellas partes que se han añadido con pastillaje, como la nariz, tienen una continuidad perfecta con la pieza base. En nuestra pieza y en otras de su tipo se ha usado un engobe de aspecto arenoso, que no deja la pieza totalmente tersa sino ligeramente áspera, pero no porosa. Es un sellado que parece conservar las cualidades del barro original y abrillanta un poco su color, en este caso naranja.
Regresando al asunto de las fechas, sucede que los especialistas que han analizado estas figuras antes, principalmente arqueólogos, les han asignado fechas demasiado diferentes, lo cual nos indica que hay trabajo por hacer para refinar esos criterios: pues se han considerado fechas desde el Clásico temprano hasta el Posclásico tardío, es decir, más o menos entre 200 d.C. y 1500 d.C., más de mil años. Es imposible que figuras con una congruencia estilística, con técnicas y tratamientos similares pertenezcan a etapas tan distintas. En este momento lo más seguro es situarlas en el Clásico, pero aún es un lapso demasiado extenso, de unos setecientos años.
Además de las características técnicas ya descritas, la figura que aquí comentamos tiene ciertos rasgos compartidos por muchas otras figurillas huastecas. La cara tiene forma de medallón, prominente nariz pellizcada, la forma de los labios pegados al pastillaje, un elaborado tocado muy bien montado sobre la cabeza pero con una separación muy franca en la orilla superior de la frente. Finalmente tenemos lo que yo llamaría el rasgo diagnóstico, la nota estilística de identidad de las figurillas huastecas: los ojos están formados por un sistema de tres punciones: dos pequeñas -que no alcanzan a ser rayas- a los lados, y una más profunda en el centro.
Quizá estamos frente a una tradición de figurillas que pudo durar algunos siglos, y nuestra tarea será también establecer subdivisiones temporales en ese lapso, pero es altamente improbable que estemos hablando de más de trescientos o cuatrocientos años.
Respecto a la representación de nuestra pieza, se trata de un personaje masculino, afectado de una joroba, sentado con las piernas cruzadas. Su expresión muestra dos rasgos bastante extendidos en Mesoamérica en el tiempo y en el espacio: por una parte la mano a la cara, ademán de pesar. Por otra parte, las lágrimas, signo que agudiza el mensaje de tristeza. Hay una raya, una incisión lineal que cruza parcialmente el ojo derecho del sujeto y desciende ostensiblemente sobre la mejilla. No se trata de un daño provocado por el uso de la pieza: la raya fue hecha sobre el barro aún sin cocer, es una hendidura deliberada que con toda probabilidad alude a las lágrimas.