Entre las cerámicas más características de Teotihuacan se encuentran los incensarios. Estos se componen por una base cónica sobre la que está un cajete con paredes recto-divergentes y sobre él se coloca una tapa con una elaborada decoración que, en ocasiones, puede estar lujosamente pintada. Estos objetos los encontramos desde las primeras fases de desarrollo de Teotihuacan hasta su declive, teniendo ligeros cambios en su decoración y elaboración.
El caso de la pieza 1328 consiste en el cajete de un incensario que se encuentra fracturado en siete partes. Tiene una base recta con paredes recto- divergentes que forman una boca circular, terminando en un borde biselado al exterior.
El rasgo más distintivo de este tipo de piezas es el reborde que se encuentra en la parte superior, el cual iniciará con paredes rectas, posteriormente se irá haciendo más visible y sus paredes se curvarán, hasta que al final se terminarán integrando a la pieza. En este caso, el reborde es muy evidente y presenta paredes curvo-divergentes, característica que nos permite vincularlo a la fase Xalolpan temprano (350-450 d.C.).
Asimismo, todo el cuerpo presenta una ligera capa de estuco, la cual es más gruesa en la base y se diluye conforme se acerca al borde. Esta capa de estuco le daba homogeneidad a la pieza, ya que en su elaboración se pegaba la forma de la base al cajete, lo cual hacía que la unión de las formas muchas veces fuera muy notoria, por lo que la capa de estuco permitía crear una pieza uniforme. Este proceso se puede ver en la pieza, siendo que en algunas secciones de la base se aprecian pequeñas desportilladuras, las cuales corresponden con el lugar donde se desprendió y se fracturó la base cónica.
Además, no ha llegado a nosotros la tapa que cubría el incensario, la cual en ese momento tenía como elemento principal una máscara facial y, alrededor, se colocaban adornos de plumas, mariposas, quetzales, discos emplumados, tréboles, flores y placas con diseños geométricos, los cuales se pintaban de rojo, amarillo y verde.
Estas piezas tenían como principal función el quemar carbón dentro de la cazoleta, pero esto los ligaba a su vez con una actividad ritual más importante que era el sahumar o aromatizar un espacio determinado o una figura específica.
La importancia del humo y del olor en la época prehispánica era muy grande, ya que se concebía que aquellos entes, compuestos de una determinada materia, sólo podían relacionarse con objetos y elementos que tuvieran sus mismas cualidades. Por ello, el humano, interactuaba con animales, construcciones y el mundo material, pero los dioses, creados de una materia sutil, debían relacionarse con lo etéreo, por lo cual, su principal comida era aquello con un olor penetrante: sangre quemada, flores olorosas y copal, elementos que eran del agrado de las deidades. Esto, además, permitía generar un vínculo con lo divino, crear un puente de comunicación por medio del humo. Por tanto, estos objetos eran muy importantes ritualmente, ya que era el medio que facilitaba este contacto.