La figuración de canes sobresale en el repertorio iconográfico del estilo Comala, uno de los numerosos que se crearon en la cultura tumbas de tiro y que se asocian con determinadas zonas del extenso territorio que habitó en el Occidente mesoamericano.
El Comala se distingue por una acentuada síntesis formal tanto en el modelado como en el tratamiento liso de la superficie y su cromatismo. Según se ha detectado, en las convenciones de esta escuela artística la variación tonal en determinadas secciones de la anatomía de los perros fue empleada para sugerir su pelaje. Con base en ello, identifico que la especie representada en esta obra es un perro con pelo bicolor, con un ocre claro en la zona dorsal de la nariz, el cuello y especialmente a los lados del torso; el resto del cuerpo se advierte pintado en un color más oscuro.
Se sabe que en el México antiguo existieron cuatro razas de perros, a excepción de una de las dos variedades del xoloitzcuintle que es lampiña, el resto tenía pelo. Las fuentes etnohistóricas, como el Códice florentino, contribuyen a este conocimiento; en la magna obra fray Bernardino de Sahagún y sus sabios colaboradores nahuas del Centro de México se mencionan e ilustran varios tipos de perros, uno de ellos es el tlalchichi, que a mi juicio fue modelado en la obra que nos ocupa y tal vez sea el que mayormente plasmaron los artistas del pueblo de las tumbas de tiro, en especial en los talleres del estilo Comala en el actual estado de Colima.
El término tlalchichi puede traducirse como “perro de tierra” y refiere un animal con pelo, chaparro o de patas cortas y delgadas –de ahí su filiación terrestre-, con torso y cabeza alargados, tal como se aprecia en la escultura. El apego anatómico se extiende a la estructura ósea, revelando un conocimiento preciso y desde luego el cuidado que tuvo el artista por hacerlo notar. Así como resaltan la columna vertebral, la cadera, los huesos de los hombros y de las patas del animal, igualmente ocurre con la expresión animada del cánido. Desde luego es notable el abultamiento del torso y por ello deduzco que se trata de una hembra preñada.
Entre los simbolismos míticos del perro en Mesoamérica se halla el que plantea su función como compañero y guía de los difuntos en el inframundo. Es un animal doméstico fuertemente vinculado con el estrato inferior de la estructura del cosmos, por tanto, se pondera que estos animales son buenos nadadores y permanecen en estado de alerta durante la noche. Asimismo, en la concepción dualista y sexualizada del cosmos, lo inframundano se pensaba como un espacio femenino y germinal. La fertilidad es una de las cualidades principales de los perros y en tal sentido puede interpretarse la significación de la magnífica escultura que tratamos.
Desde mi punto de vista, en los contenidos y conceptos plasmados en el arte de la cultura tumbas de tiro prevalece una amplia gama de valores simbólicos, míticos, metafóricos y religiosos, que con frecuencia fueron expresados en obras de apariencia realista, la cual erróneamente se ha entendido en términos de lo inmediato y secular. En lo mítico, he detectado que la perra para esta sociedad, al igual que para sus herederos históricos en las actuales culturas del Gran Nayar, se tuvo como un ancestro que, convertida en mujer, formó pareja con un héroe cultural y su descendencia dio origen a la humanidad actual. En esta imagen canina está implícito un carácter maternal cosmogónico.