La escultura a la que dirigimos nuestra atención es un animal híbrido que carga un gran recipiente. En las convenciones esquemáticas del estilo Comala se figuró una especie cuadrúpeda con larga cola enroscada; la forma de la cabeza, redondeada, con la nariz y el hocico achatados y las orejas igualmente redondeadas me permite identificarlo como un felino, tentativamente un jaguar. La dentadura y los orificios nasales marcados le imprimen una mayor apariencia de vitalidad. La mayor parte de su cuerpo fue esgrafiado con motivos ovalados que remiten a plumas y parecen reemplazar las manchas en su pelaje; en la cabeza y el cuello las plumas son más cortas. Los ojos fueron enfatizados con círculos concéntricos y las líneas rectas que cubren una de estas secciones recuerdan la piel desnuda y de apariencia sinuosa de la zona ocular de algunas aves. La imagen materializa un concepto complejo, el de un felino emplumado.
En la cultura tumbas de tiro, un desarrollo milenario asentado en gran parte de la región occidental de Mesoamérica, el felino no fue una de las especies privilegiadas en su repertorio iconográfico, lo cual sugiere que fue objeto de un culto menos amplio, en comparación con otras sociedades que le fueron contemporáneas, como la teotihuacana, la zapoteca y la maya en sitios como Tikal. No obstante, las imágenes artísticas de felinos que se conocen de la cultura tumbas de tiro expresan las ideas típicas que, de acuerdo a su cosmovisión, le fueron asignadas por los antiguos mesoamericanos. Un caso cercano lo encontramos en la misma colección permanente del Museo Amparo: en un modelado de estilo naturalista se ve un jaguar agazapado que, al igual que la obra que ahora nos ocupa, carga sobre su lomo una vasija; en este felino se trata de un gran cántaro con perforaciones circulares; titulé la obra como “Jaguar que verte agua sagrada del inframundo”.
Los felinos silvestres subsisten con riesgo de extinción en la región occidental de México. En cuanto a los jaguares, el biólogo Rodrigo Núñez los ha registrado en años recientes en la planicie costera del Pacífico, desde Nayarit hasta la colindancia de Colima y Michoacán; asimismo, en la Sierra Madre del Sur, desde el sur de Jalisco, e incluso tierra adentro en cañadas de la Sierra Madre Occidental, en territorio jalisciense y nayarita. Aunque de modo tradicional se considera que la selva tropical es el único hábitat del jaguar, su distribución también abarca bosques, montañas de pino y encino, selvas secas, manglares, pantanos y matorral xerófilo.
Entre los hallazgos arqueológicos, se cuenta con el reconocimiento de dos pendientes de colmillo de jaguar en una tumba de tiro y cámara de alto estatus excavada en El Moralete, Colima, por Daria Deraga y Rodolfo Fernández.
Ahondando en los simbolismos de la escultura que vemos, cabe notar que la enorme vasija que soporta en su lomo reitera la asociación del jaguar con lo acuático, pues se trata de un contenedor. El jaguar se caracteriza por ser un animal nocturno, es un excelente nadador y buceador, frecuentemente pescador; utiliza las cuevas como refugio y a diferencia de otros felinos no esquiva el agua, sino que busca que sus zonas de hábitat estén asociadas a cuerpos de agua. En una concepción binaria del cosmos, las cualidades, los hábitos y la apariencia del jaguar fueron traducidos en metáforas por los pueblos de Mesoamérica, de modo que le corresponde el mundo de abajo, que es acuoso, oscuro, nocturno, femenino, así como el lugar de los muertos y del origen primigenio del universo.
En la idea de un cosmos en esencia dualista concurre la complementareidad de los opuestos, lo cual fue igualmente expresado en esta escultura. Sus plumas se asocian con lo celeste y constituyen metáforas que adjetivan lo precioso, lo sagrado. Un referente notable lo aporta el arte de los teotihuacanos, cuyo desarrollo fue paralelo al de la cultura tumbas de tiro; en los murales y obras en diversos soportes de la gran urbe del Centro de México abundan las imágenes de felinos y otros animales con penachos.
Este jaguar emplumado de la cultura tumbas de tiro conlleva la idea del origen del agua en los estratos profundos e increados del cosmos, que es llevada a los niveles terrestre y celeste; su cuerpo mismo, dado que es hueco, es una extensión de la vasija que carga y evoca su contenido líquido.