Las cinco obras muestran un extraordinario pulimento y asombran por la minuciosidad de su elaboración. Aunque la producción de arte lapidario en piedras verdes en asociación directa con yacimientos locales de este tipo de rocas, es poco conocido fuera de Guerrero, Oaxaca, Chiapas y Guatemala, los rasgos estilísticos de las piezas que nos ocupan me permiten adscribirlas a la cultura tumbas de tiro, en particular a una de las zonas en las que tuvo asiento, el altiplano lacustre del centro de Jalisco.
La cultura tumbas de tiro es uno de los desarrollos más distintivos del Occidente de Mesoamérica, su extensión abarca desde la porción sur de la Sierra Madre Occidental hasta la costa pacífica colimense y su vecindad con Michoacán. Se conoce sobre todo por sus expresiones funerarias, como la arquitectura subterránea –de ahí su denominación- y el arte cerámico en la forma de esculturas y vasijas. La producción de objetos en materiales malacológicos y en obsidiana también fue extensa y en lo arquitectónico a nivel de superficie descuellan los complejos ceremoniales de planta circular y concéntrica –llamados guachimontones- asociados con canchas de juego de pelota. La identificación de estos últimos ocurrió relativamente en fechas recientes a causa de un rezago en las investigaciones arqueológicas que, pese a los avances, subsiste en todo el Occidente como resultado de situaciones institucionales. Acerca de dicha sociedad, todo indica que resta mucho por conocer, como su delicado arte en piedras finas.
El referente más próximo es la lapidaria guerrerense de la tradición cultural Mezcala, en la que el trabajo en rocas verdes es característico, no obstante, aun cuando las cinco obras muestran una apariencia sintética, los detalles anatómicos y de ornamentación, así como las aberturas que penetran los volúmenes, indicaron una atribución cultural distinta. De modo que en el proceso de análisis se hizo patente la importancia de la categoría del estilo como un sistema de formas que, en principio, resulta diagnóstico. En estos términos, en la escultura cerámica de la cultura tumbas de tiro, sean obras de formato pequeño o mayor, se advierte un magistral estilo realista que en cuanto a representaciones humanas y animales es explícitamente anatómico; estos rasgos estilísticos fueron replicados en nuestras imágenes talladas en piedras de textura compacta.
Las piezas figuran humanos sentados con las piernas separadas y flexionadas hacia arriba o hacia atrás, los brazos separados del torso y en un caso pegados a él, y las manos apoyadas sobre las rodillas. En el arte de la cultura tumbas de tiro tal posición es una convención para representar hombres, así como la espalda encorvada es signo de vejez; se infiere entonces que tres de los hombres son ancianos. El énfasis en la espalda es notable, incluso en uno que la tiene recta, a partir de distintas soluciones: relevar la columna, marcar las vértebras, tallar una fina depresión vertical y sugerir una sobreposición dorsal con forma de máscara que replica el rostro frontal. Otros detalles corporales son los dedos de manos y pies por medio de incisiones, y en el caso de uno de los ancianos una gran protuberancia genital, que sin duda es afín con la aludida estética anatómica. Es notable el afán de los tallistas para que el espacio penetre los volúmenes por medio de las aberturas taladreadas que separan los brazos del torso y que en una de las obras produce paredes muy delgadas.
En los cinco los ojos son horadaciones circulares, mientras que la nariz se ve en relieve; en tres una línea señala el borde frontal del cabello. En su diminuto formato llama la atención el cuidado puesto en las orejas, pues presentan minúsculas hendeduras u orificios circulares; en una estatuilla incluso se trata de dos horadaciones que se conectan y perforan cada lóbulo y remiten a su ornamentación con orejeras. Otros adornos son tocados de bandas y brazaletes decorados con patrones cuadriculados. Puesto que dos obras tienen perforaciones que las convierten en colgantes, es interesante apreciar cómo se subraya la ornamentación: figuras ornamentadas sirvieron a su vez para ornamentar, desde luego, entendiendo sus connotaciones de embellecer, entre otras funciones simbólicas. Esas perforaciones, aptas para atravesarlas con cordeles, están veladas en la composición: en una son orificios tubulares curvos en la parte superior de ambos brazos y en la segunda, son dos horadaciones atrás del cuello que se conectan.
En Mesoamérica las significaciones de este tipo de objetos en piedras verdes y azules se aglutinan; en lo básico se asocian con insignias de elevada jerarquía social, poder político e igualmente con los valores de lo precioso, la fertilidad vegetal, los ámbitos acuáticos y el aliento vital. Son bienes de prestigio, diseñados con frecuencia para exhibirse como joyería, tanto en el mundo de los vivos como en el de los muertos.
La tumba de tiro excavada por Lorenza López Mestas y Jorge Ramos de la Vega en Huitzilapa, sitio del altiplano jalisciense en torno a la extinta laguna de Magdalena, es uno de los contextos que aporta evidencias de su uso en un ajuar mortuorio. Dicha autora informa que en la ofrenda se localizaron 79 objetos de piedra verde, de ellos, siete eran de jadeíta procedente de Guatemala y el resto de materia local cuya fuente no ha sido identificada. La mayoría son cuentas geométricas; las figuras antropomorfas fueron cinco, hechas en el material local, y de enorme parecido con este grupo en el Museo Amparo y, asimismo, con otras publicadas en relación con vestigios de la cultura tumbas de tiro.
Este entierro en el sitio cívico-ceremonial de Huitzilapa demuestra su uso diferenciado en un entierro familiar de muy alto estatus datado en el año 74 de nuestra era. El tiro o ingreso vertical de la tumba mide 7.60 m de profundidad, en su base se abren dos cámaras laterales; en cada una se depositaron tres individuos; de acuerdo con Robert B. Pickering, tres son femeninos y tres masculinos; en la cámara norte se halló la mayoría de los objetos en piedra verde, incluidas las figuras antropomorfas, principalmente en asociación con el entierro principal, un adulto masculino y con el otro hombre colocado a su lado; ambos ancianos dentro de los rangos de edad propios de la época.
Las similitudes entre las diminutas figuras humanas en piedra verde de Huitzilapa y las de nuestro conjunto residen en los detalles naturalistas, como las posturas encorvadas, que las distinguen del esquematismo de las tallas en piedra fina de la tradición Mezcala y Teotihuacan; acaso la otra tradición lapidaria naturalista más reconocida en Mesoamérica sea la del Área Maya. Obras como las del Museo Amparo constituyen una muestra destacada de magistrales tallas de producción local occidental a la fecha muy poco atendidas; entre los rasgos por explorar se halla la probable intención retratística respecto a sus portadores, ancestros, personajes míticos o deidades representadas y que acaso esté aludida en elementos como las espaldas rectas o encorvadas que aluden juventud y vejez.