En la milenaria historia mesoamericana Teotihuacan constituye un hito, como imponente urbe prodigiosamente planificada a partir de edificaciones religiosas y del ceremonialismo asociado; asimismo, por su funcionamiento como ciudad capital, cuya preeminencia política y económica atrajo a pobladores extranjeros que se instalaron en sus barrios; en correspondencia, los teotihuacanos y sus descendientes habitaron e incluso gobernaron localidades foráneas al Altiplano Central de México. Una de las culturas con las que interactuaron fue la de Mezcala, cuya temporalidad es más prolongada.
Tres siglos antes del surgimiento de la metrópoli teotihuacana ya existía la tradición cultural Mezcala, la cual persistió otros trescientos años luego de la caída de dicha ciudad hacia el año 600; Rosa María Reyna propone que su mayor auge ocurrió justo del 600 al 900, en la que se denomina fase tardía o epiclásica del periodo Clásico.
La máscara pétrea que vemos ostenta rasgos de la plástica teotihuacana, no obstante, es probable que su manufactura sea posterior al colapso de la capital central debido a que sus pobladores de dispersaron y hasta el final de la etapa prehispánica persistieron la memoria y los influjos de esa poderosa y prestigiada cultura.
Antes de abundar en la interacción entre lo Mezcala y Teotihuacan, cabe detenernos en la importancia del estilo como categoría de estudio que permite identificar esas dos atribuciones en nuestra máscara. El historiador de arte Meyer Schapiro define el estilo como “un sistema de formas con cualidad y expresión significativas, a través del cual se hace visible la personalidad del artista y la forma de pensar y sentir de un grupo. Es también un vehículo de expresión dentro del grupo; merced a la sugestividad emocional de las formas, comunica y fija ciertos valores de la vida religiosa, social y moral”; el autor lo entiende también como “la forma constante” y en la heterogeneidad de su constitución plantea que “ante los fragmentos se tiene la convicción de captar la totalidad original”.
De lo anterior subrayo la cualidad sistémica del estilo, lo que implica conceptualizar la forma no sólo como apariencia, sino como una estructura que imbrica en lo formal, además de motivos y composiciones, determinadas materia, técnica, tecnología, dimensiones, contexto, función y funcionamiento, entre otros elementos entramados en la realización del arte.
Los rasgos estilísticos de esta máscara testimonian los vínculos históricos entre la sociedad Mezcala y la teotihuacana. Del arte de la primera advertimos el formato escultórico portátil en piedra de grano fino y compacto, bruñida hasta lograr un notable lustre y la figuración esquemática. De la segunda se distingue el rostro de general contorno trapezoidal inverso, los alargados ojos ovalados en disposición horizontal, la nariz ancha, las mejillas planas, así como la boca amplia, entreabierta y con los labios definidos, y las orejas rectangulares salientes y con perforaciones en los lóbulos.
La estética del arte lapidario de Mezcala y el arte teotihuacano comparten el hieratismo y la simetría bilateral en la imágenes plasmadas frontalmente, no obstante, en el primero se acentúa la abstracción de las formas figurativas; los rasgos definidos en relieve de esta obra en particular son afines a la variante estilística llamada chontal. Siguiendo a Miguel Covarrubias, precursor en el estudio histórico artístico de Guerrero antiguo, el adjetivo “teotihuacanoide” alude a obras hechas por otras culturas que imitan dicho estilo.
No sorprenden los estrechos lazos entre mezcalenses y teotihuacanos por su relativa proximidad –recordemos que la cultura Mezcala se extiende hasta la porción meridional del Estado de México- y porque la cuenca del río Balsas fue una ventajosa vía para llegar a los preciados recursos marinos y costeros del sur, pues vierte sus aguas en el océano Pacífico.
Diversas indagaciones han registrado en Guerrero materiales de estilo teotihuacano, como los perfiles arquitectónicos en talud y tablero, cerámica del tipo anaranjado delgado, vasos de paredes rectas o ligeramente divergentes y con tres soportes, cuencos hemiesféricos de base anular, pequeñas esculturas cerámicas, y procedentes de Tepeocoacuilco, al norte de la cuenca del Mezcala-Balsas, dos estelas con imágenes identificadas por Clara Luz Díaz como las deidades acuáticas Tláloc y Chalchiuhtlicue. Desde luego, también exhiben el estilo teotihuacano esculturas portátiles en roca de textura fina y compacta, no sólo rostros y máscaras, también figuras humanas de cuerpo completo ataviadas con tocado de banda ancha; las femeninas además visten capa y enredo.
Por su parte, respecto a Teotihuacan, el geólogo Ricardo Sánchez ha identificado que en la producción de máscaras y rostros tallados en roca se privilegió el uso de materias primas foráneas, entre cuya procedencia se encuentra la cuenca del Balsas.
Finalmente dirigiremos la mirada al reverso del rostro. La superficie es plana, con horadaciones las esquinas superiores; de un lado se ven dos cavidades y del otro una. Parecen huellas del proceso de elaboración original o de una intervención posterior, en donde los intentos de taladrado fueron fallidos, ya que no perforaron la placa.
Verónica Hernández Díaz