El México antiguo. Salas de Arte Prehispánico
Monos con la cola levantada | El México antiguo. Salas de Arte Prehispánico | Museo Amparo, Puebla
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Monos con la cola levantada

Cultura Tradición Mezcala
Estilo Estilo Mezcala
Región Cuenca media del río Balsas
Período Preclásico tardío-Clásico tardío
Año 500 a.C.-900 d.C.
Período 9 Preclásico tardío-Clásico tardío
Año 500 a.C.-900 d.C.
Técnica

Escultura en piedra verde ¿serpentina? tallada, punzonada, calada, pulida y bruñida

Piezas por lote 2
Medidas

Largo: 3.20 cm

Medidas 6.2   x 2.3  cm
Ubicación Bóveda Prehispánico
No. registro 52 22 MA FA 57PJ 518
Investigador

Las figuras de estos dos monos sedentes y con cola erguida se inscriben en diminutos volúmenes piramidales. Ambos primates recogen sus extremidades hacia el torso; en el que se inclina al frente resulta audaz el calado para separar la delgada cola, cuyo extremo toca la cabeza. Precisos cortes y desgastes definieron su anatomía, en efecto esquemática, pero lo suficientemente precisa para poder identificar al animal. Sobre todo, son esclarecedores la prominencia de las órbitas y del hocico afilado, así como la cola alargada. El acabado de la superficie generó un efecto lustroso, excepto en el punzonado de los ojos, que pudieron tener incrustaciones. La magistral técnica es distintiva del arte lapidario de la tradición cultural Mezcala.

Esta sociedad, escasamente conocida pese a su prolongada temporalidad de unos mil cuatrocientos años, se ubica en una extensa región delimitada por la ladera sur de la Faja Volcánica Transmexicana y la vertiente norte de la Sierra Madre del Sur; comprende gran parte de Guerrero y zonas de Morelos, el Estado de México y Michoacán; el territorio está surcado de este a oeste por el imponente río Mezcala-Balsas. Abundan los recursos minerales, como las rocas duras de grano fino y compacto, cuya utilización como materia prima es propia del arte lapidario.

La lapidaria se asocia con las piedras consideradas “preciosas” o “semipreciosas”, lo cual, para el presente estudio cabe abordar como una conceptualización cultural, más que en términos de la geología.

En Mesoamérica gozaban de una estimación suprema algunos tipos de piedras entre cuyas cualidades se hallan la disponibilidad exigua, las formas y tamaños peculiares, el cromatismo en tonalidades e intensidades variadas, la lisura, durabilidad, brillantez, transparencia, translucidez, iridiscencia y reflectancia. Los objetos hechos con ellas tenían la calidad de joyas, eran bienes suntuarios, al margen de que estuvieran diseñados para portarse como ornamentos; se empleaban en la parafernalia ritual, denotaban prestigio social, poder y sacralidad.

La idea de lo “precioso” imbrica criterios estéticos, religiosos y económicos. Las rocas de coloración verdeazulada, como la de las esculturas de monos que vemos, simbolizaban lo vital, el aliento, lo frío, la fertilidad, lo húmedo, acuático y el mundo debajo de la tierra que estaba lleno de agua. La liga con el inframundo marino concierne asimismo al origen, lo femenino, los difuntos y ancestros, la oscuridad, el caos, la sexualidad, las nubes, los rayos, las lluvias y el viento.

En tal entramado de significaciones se ubican los dos monos de autoría mezcalense. La sobresaliente abundancia en Guerrero de piedras verdes del tipo de los aluminosilicatos o serpentinas no implica que localmente no fueran apreciados los objetos hechos a partir de ellas, debido a que su manufactura exigía artífices altamente especializados. De otra parte, en Mesoamérica el mono se encuentra entre la fauna asociada con el viento, no sólo como un elemento atmosférico, sino una poderosa entidad divinizada.

Como se ha dicho respecto al mono de la colección del Museo Amparo con el registro 479, en este par la materia artística seleccionada también determinó la composición cerrada de las imágenes -con excepción del calado mencionado-, claramente opuesta al comportamiento acrobático de los primates. Tal condición no opaca su simbolismo inframundano, y pienso que en afinidad con éste también se halla su posición estática, sedente y con la cola extendida. En sus imágenes en piedra verde está latente el movimiento ascendente y helicoidal de las corrientes de aire y agua.

Las figuras de estos dos monos sedentes y con cola erguida se inscriben en diminutos volúmenes piramidales. Ambos primates recogen sus extremidades hacia el torso; en el que se inclina al frente resulta audaz el calado para separar la delgada cola, cuyo extremo toca la cabeza. Precisos cortes y desgastes definieron su anatomía, en efecto esquemática, pero lo suficientemente precisa para poder identificar al animal. Sobre todo, son esclarecedores la prominencia de las órbitas y del hocico afilado, así como la cola alargada. El acabado de la superficie generó un efecto lustroso, excepto en el punzonado de los ojos, que pudieron tener incrustaciones. La magistral técnica es distintiva del arte lapidario de la tradición cultural Mezcala.

Obras de la sala

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