Tallada en una porosa piedra volcánica, esta escultura forma parte de un amplio y diverso corpus escultórico que abarca desde la cuenca media del Río Grijalva, hasta la región de Huehuetenango en las Tierras Altas guatemaltecas, incluyendo la vertiente del Pacífico entre los límites de Chiapas y Guatemala. Gracias a los trabajos de Carlos Navarrete, tenemos un extenso conocimiento de los rasgos que caracterizan a esta producción escultórica, sin embargo, aún restan muchas incógnitas sobre su profundidad histórica, en gran parte, debido a las dificultades para delimitar étnica y lingüísticamente a la cultura que los produjo. Se sabe que esta región fue dominada por grupos de filiación zoque, aunque durante el Clásico tardío sobrevino una interacción con grupos mayances, cuyas particularidades aún no están del todo definidas. Fue precisamente entre el Clásico tardío y la transición al Posclásico, cuando esta escultura floreció.
Esta pieza, en su aparente simpleza y tosquedad, condensa algunos de los rasgos claves que revelan la importancia de esta manifestación con el resto de la escultura mesoamericana. Presenta un personaje asexuado sentado con las piernas flexionadas y abiertas en posición de “parir”. Su cuerpo aún no se ha liberado por completo del bloque de piedra, recordando a las esculturas preclásicas de barrigones u obesos. Al igual que estos objetos, su cabeza mira ligeramente hacia arriba sin mediación entre ésta y el cuerpo. Ya no presenta los ojos y las mejillas hinchadas, ni los labios apretados; los ojos y la boca se han transformado en tres profundas concavidades, un rasgo característico de los barrigones tardíos. Debajo de la cavidad correspondiente a la boca se distingue con claridad el labio y los dientes superiores de una segunda boca, por lo tanto, lleva una máscara. Entre las piernas sobresale un rectángulo que podría figurar su vestimenta. En el extremo inferior de este paño aparecen unas estrías verticales que imitan los mismos surcos que simulan los dedos de los pies. Esta semejanza, más que una coincidencia, debe comprenderse como una intención deliberada de equiparar los pies con la vestimenta, quizá dando a entender que también está confeccionado con una piel, ya sea humana o de algún animal.
El pequeño personaje recostado a lo largo del brazo derecho es, sin duda, el aspecto más destacado de esta obra. No se acierta a distinguir si es un ser antropomorfo o zoomorfo. Se encuentra tendido boca abajo con el cuerpo agazapado como si fuese un animal al acecho, pero lleva una mano sobre el mentón y la otra apoyada sobre la mano del personaje mayor en un gesto más bien relajado. También presenta los ojos y la boca como concavidades circulares, otorgándole un aspecto de mono. En Tajumulco y otros sitios arqueológicos en la cuenca del Suchiate, se han encontrados bloques de piedra con semejantes personajes agazapados y fusionados al soporte material. Por lo general, los accidentes naturales de la roca se aprovechan para figurar y guiar los rasgos de estos seres.
Tallada en una porosa piedra volcánica, esta escultura forma parte de un amplio y diverso corpus escultórico que abarca desde la cuenca media del Río Grijalva, hasta la región de Huehuetenango en las Tierras Altas guatemaltecas, incluyendo la vertiente del Pacífico entre los límites de Chiapas y Guatemala. Gracias a los trabajos de Carlos Navarrete, tenemos un extenso conocimiento de los rasgos que caracterizan a esta producción escultórica, sin embargo, aún restan muchas incógnitas sobre su profundidad histórica, en gran parte, debido a las dificultades para delimitar étnica y lingüísticamente a la cultura que los produjo. Se sabe que esta región fue dominada por grupos de filiación zoque, aunque durante el Clásico tardío sobrevino una interacción con grupos mayances, cuyas particularidades aún no están del todo definidas. Fue precisamente entre el Clásico tardío y la transición al Posclásico, cuando esta escultura floreció.