De acuerdo con Jacqueline Larralde de Sáenz estos cinco cráneos humanos proceden de Tlatilco, sitio ubicado en la cuenca central de México, en el municipio mexiquense de Naucalpan, conocido especialmente para el Preclásico medio por sus cementerios y arte cerámico. En el campo de los estudios del pasado antiguo, los restos óseos son fundamentales para el conocimiento de los seres humanos y su historia, tanto en vida como en estado postmortem.
En los esqueletos permanecen huellas de muchas de sus experiencias y condiciones: edad, sexo, dieta, nutrición, enfermedades, accidentes, ataques violentos, padecimientos congénitos, el modo y la calidad de vida -sean urbanas o rurales o por nivel socioeconómico-, el tipo de trabajo, de actividad o inactividad física cotidianos, modificaciones corporales artificiales y relaciones de parentesco e identidad étnica, entre otros.
Respecto a los cráneos en particular, en el contexto de Mesoamérica, destacan las deformaciones intencionales de los mismos en una gama amplia de variantes, los tipos básicos son tabular erecto y tabular oblicuo; asimismo, la dentadura puede ostentar incrustación y limado. Al parecer, los cráneos que vemos carecen de ambas modificaciones, si bien conviene resaltar que fueron muy comunes como expresiones institucionalizadas de identidad cultural y jerarquía social. Con la deformación tabular erecta, las cabezas lucen más alargadas en sentido vertical, con la oblicua en diagonal. Para hacerlas, la cabeza de los recién nacidos se prensaba entre tablillas que se ataban con cintas o se usaban vendajes o cunas especiales, el proceso podía durar semanas, meses o años.
En los cráneos, los antropólogos físicos y forenses también pueden distinguir si la cabeza fue decapitada, es decir separada del cuerpo cuando el cuerpo aún conservaba tejido blando, o si se desarticuló de un esqueleto. En el primer caso, la decapitación no fue necesariamente la causa de muerte, la separación de la cabeza destaca entre los sacrificios realizados por los mesoamericanos con propósitos religiosos, como resultado se obtenían cabezas o, si éstas se desollaban y descarnaban, cráneos que se usaban como ofrendas para consagrar edificios y colocarlos en la estructura pública llamada tzompantli, asimismo existían las cabezas-trofeo exhibidas por guerreros y cráneos decorados con aplicaciones de mosaico y de otros tipos, que por tanto se convertían en objetos escultóricos.
El hallazgo en una tumba de conjuntos de cráneos aislados y otros huesos puede indicar la reutilización del espacio funerario en el transcurso del tiempo, debido a que para dar lugar a los nuevos ocupantes se apilaban los restos de los moradores previos; el hecho de que no se eliminaran o extrajeran de la sepultura pone en evidencia la importancia que seguían teniendo, no son materia simple, sino la presencia de los antepasados o ancestros y en la tumba cohabitan los miembros de familias o linajes.
De acuerdo con Jacqueline Larralde de Sáenz estos cinco cráneos humanos proceden de Tlatilco, sitio ubicado en la cuenca central de México, en el municipio mexiquense de Naucalpan, conocido especialmente para el Preclásico medio por sus cementerios y arte cerámico. En el campo de los estudios del pasado antiguo, los restos óseos son fundamentales para el conocimiento de los seres humanos y su historia, tanto en vida como en estado postmortem.