Mucho antes que las ciudades del período Clásico alcanzaran su máximo florecimiento, lo que ocurrió hacia el año 600 de nuestra era, hubo varios asentamientos que rivalizaron entre sí por el control político y económico de la llanura costera del Golfo de México. Fueron otros tiempos, mucho más antiguos y concurrentes con los inicios de nuestra era. Para entonces, se estaban formando en los bosques tropicales del centro y sur de Veracruz los primeros estados de la región. Ubicados en las cuencas de los grandes ríos, pronto se convirtieron en los centros de gobierno de las más tempranas organizaciones sociopolíticas de carácter estatal. Todos ellos, habrían de surgir enmarcados por territorios bien definidos y sobre las bases de una sociedad altamente estratificada.
Estas prístinas ciudades habrían de ejercer tal atracción sobre el territorio que no sería imposible suponer que la ganancia real de habitantes que experimentaban se debiera mayormente a su inédita prosperidad comercial y que fuera esta nueva condición la que favoreciera una marcada movilidad poblacional a lo largo de la llanura costera del Golfo. El comercio había jugado un papel decisivo en la conformación de estos nuevos núcleos políticos y continuaría siendo el eje de su posterior desarrollo. Su fundación debió ser precedida por tareas formidables, mismas que sólo pueden explicarse en el seno de una sociedad jerárquica que daba forma, por primera vez en su historia, a una verdadera arquitectura ceremonial caracterizada por la construcción de grandes pirámides de tierra. Obras como éstas sólo pudieron llevarse a cabo hasta que se reunieron un mínimo de condiciones. Tuvieron que conjuntarse varios factores, como son el reconocimiento social de un liderazgo, el control sobre un territorio específico y una economía capaz de generar excedentes.
En su larga historia produjeron en el barro formas plásticas verdaderamente notables, únicas en Mesoamérica, que adquirieron rasgos distintivos pese a encontrarse envueltas por un mismo sustrato cultural. Cada uno de estos estados interactuó por siglos con los demás y no son raros los préstamos culturales que pueden identificarse en la producción cerámica de cada uno de ellos. Un caso singular es el de las llamadas Figurillas Sonrientes, un grupo nutrido de pequeñas esculturas de barro que fueron muy populares en época prehispánica. Es probable que se extendieran a partir de las cuencas de los ríos Blanco y Papaloapan llegando –aunque no sin modificaciones de orden estilístico- al límite occidental del área maya.
La pieza que aquí nos ocupa es un claro ejemplo de los cambios que eventualmente se registraron en las figurillas de barro a pesar de tratarse de objetos perfectamente bien definidos tanto en lo conceptual como en lo formal. Se trata de una Figurilla Sonriente con brazos y piernas articuladas, vista de perfil, la cabeza tiene la misma forma que las modeladas por centenares en la cuenca baja del río Papaloapan pero de frente el rostro adquiere un aspecto poco común. El barro es otro, mucho más fino, y la cara de facciones moldeadas aparece pintada bajo los ojos con motivos de color negro, algo verdaderamente inusual en el sur de Veracruz.
Todo indica que debe tratarse de una producción cerámica que, en los límites del territorio tabasqueño, recuperaba una tradición cultural en principio ajena, que entraría en contacto con pueblos de aparente de filiación maya. Es decir, aunque la pieza cumple conceptualmente con lo que se esperaría de esta clase singular de figurillas veracruzanas, formalmente exhibe una serie de transformaciones que van desde el barro mismo hasta la aplicación de pintura verde en la decoración modelada del cuerpo.
Mucho antes que las ciudades del período Clásico alcanzaran su máximo florecimiento, lo que ocurrió hacia el año 600 de nuestra era, hubo varios asentamientos que rivalizaron entre sí por el control político y económico de la llanura costera del Golfo de México. Fueron otros tiempos, mucho más antiguos y concurrentes con los inicios de nuestra era. Para entonces, se estaban formando en los bosques tropicales del centro y sur de Veracruz los primeros estados de la región. Ubicados en las cuencas de los grandes ríos, pronto se convirtieron en los centros de gobierno de las más tempranas organizaciones sociopolíticas de carácter estatal. Todos ellos, habrían de surgir enmarcados por territorios bien definidos y sobre las bases de una sociedad altamente estratificada.