La Huasteca, aquella parte de la llanura costera que se extiende desde el norte de Veracruz, cruzando Tamaulipas, hasta el oriente de San Luis Potosí fue un territorio marcado por su alto grado de integración étnica. Sus pobladores fueron capaces de desarrollar un estilo cultural que contrasta con el sus vecinos del Golfo de México, aunque es muy posible que sus ciudades exhibieran en toda época un alto grado de fragmentación política a pesar de compartir la misma lengua.
Las edificaciones consagradas al juego ritual de la pelota fueron de particular importancia y es evidente su vinculación con las ceremonias promovidas por los gobernantes. En efecto, se trataba de prácticas religiosas no sólo esenciales para reproducir el estatuto de las clases políticas locales, era también un ritual que en el período Clásico había asimilado el culto a Venus, el cómputo de sus avistamientos como lucero de la mañana, y el carácter guerrero que se le confería de antiguo. Jugar a la pelota era algo que revestía una singular importancia en el México antiguo, en buena parte porque el ritual tenía la capacidad de anunciar el futuro de la sociedad en su conjunto. No hay que olvidar que al gobernante se le consideraba como el responsable de la prosperidad de su pueblo y –por su carácter sagrado– como el mediador ante los dioses.
La pieza que nos ocupa, probablemente una representación masculina, en este caso no viste el ajustado braguero que es común en este tipo de figurillas. Lleva un tocado a manera de cofia adornado con un atado de plumas que se eleva sobre la cabeza. Como corresponde, se encuentra engalanado con orejeras pero se echan de menos los brazaletes y las rodilleras que suelen mostrar, particularmente estas últimas, la relación de estos individuos con el importante ritual del juego de pelota.
El alfarero, posiblemente originario de alguno de los asentamientos que se distribuyen a los lados del río Pánuco, centró su atención en la figuración del pesado collar, prácticamente un pectoral que anudado del cuello baja hasta descansar sobre el vientre del personaje. Es claro que tiene el valor de un símbolo, lamentablemente es portador de un haz de conceptos que no estamos ahora en posición de desentrañar pero es posible que girara en alguna medida en torno al ritual del juego de la pelota.
Piezas como ésta, “retratos” de hombres y mujeres con los cuerpos tatuados sobre los hombros y ricamente ataviados con “joyas” sobre la piel desnuda, son parte de una producción cerámica característica del sur de la Huasteca y que conocemos bien gracias a los trabajos de Gordon Ekholm en el área de Tampico, a la colección de piezas arqueológicas que ahora lleva su nombre y que puede admirarse en el Museo de Historia Natural de Nueva York.
La Huasteca, aquella parte de la llanura costera que se extiende desde el norte de Veracruz, cruzando Tamaulipas, hasta el oriente de San Luis Potosí fue un territorio marcado por su alto grado de integración étnica. Sus pobladores fueron capaces de desarrollar un estilo cultural que contrasta con el sus vecinos del Golfo de México, aunque es muy posible que sus ciudades exhibieran en toda época un alto grado de fragmentación política a pesar de compartir la misma lengua.