La región del Valle de México ha sido reconocida por los investigadores como un espacio ampliamente aprovechado por las culturas mesoamericanas desde diferentes perspectivas, por su ubicación comercial estratégica, por sus amplios recursos de flora y fauna disponibles para la alimentación, así como por sus generosos depósitos de arcilla para la producción alfarera.
Las zonas de Tlatilco y Tlapacoya, gracias a la presencia de abundantes recursos para dicha actividad, generaron una producción importante de piezas vinculadas con el contexto femenino, relacionado directamente con el culto a la madre tierra. Así, las piezas de esta región, predominantemente femeninas representan a mujeres con caderas prominentes, haciendo énfasis en el cuerpo femenino como contenedor y productor de vida.
Este estilo, llamado tradicionalmente como mujeres bonitas, generó un prolífero corpus de figurillas, cada una distinta de las demás, en las cuales normalmente se observa el torso desnudo, con una vestimenta que en muchas ocasiones es una falda con incisiones y en otras una especie de pantaloncillo con lo que parecen ser sonajas, como para el uso ritual.
Asimismo, cada figurilla se distingue de las demás por un complejo sistema de representación de los peinados, en el que cada una de estas mujeres bonitas tiene un estilo distinto, a veces con el cabello suelto, otras veces con un chongo, otras veces con trenzas.
Este par de bailarinas conserva los colores vivos de su policromía en rojo y blanco sobre el baño amarillo. La primera ostenta el cabello pintado de rojo arreglado en un chongo en lo alto de la cabeza. La pintura facial cubre los ojos y la boca y manchas rojas marcan los hombros, las manos, el vientre y las piernas, mientras que el collar blanco está formado por una banda anudada adelante con las puntas en rojo.
La otra figurilla es más excéntrica en sus pinturas y su peinado. Éste es asimétrico con el pelo de un lado, corto y abundante, marcado con incisiones mientras que del otro parece rapado atrás y adelante liso y poco espeso, recogido atrás de la oreja y prolongándose en un largo mechón que recubre el brazo. La misma asimetría se repite en la pintura facial por la disposición de los dos grandes triángulos que se extienden sobre los ojos y los cachetes y se terminan en un largo gancho.
Sobre el cuerpo, el blanco que alternaba con el rojo está en gran medida desvanecido pero se conserva mejor en el collar. Una banda sinuosa roja recorre cada lado desde la mano hasta el seno. El mismo color marca el ombligo y las piernas. Los motivos incisos en las faldas acaban de diferenciar cada personaje en un código cuyo significado nos escapa, más allá del cuidado con el cual las mujeres se engalanaban y cuidaban de su identidad individual.