Salas de Arte Virreinal y Siglo XIX
Escena de taberna | Salas de Arte Virreinal y Siglo XIX | Museo Amparo, Puebla
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Anónimo europeo

Escena de taberna

{
Período 3 Siglo XVII
Período 4 Siglo XVII
Técnica Óleo sobre tela
No. registro VS.BI.039
Período Siglo XVII
Investigador

La mayoría de la pintura en México de los siglos XVI al XVIII tiene temática religiosa, aunque la pintura profana jugaba un papel muy importante también dentro de la sociedad. Abarcaba varios géneros con diferentes jerarquías, según su “utilidad” pública. Al igual que las obras de carácter religioso, tanto la pintura mitológica como la de historia, tenían una funcionalidad didáctica, basadas muchas veces en textos que reflexionaban acerca de las enseñanzas morales, las grandes gestas y valores a imitar. Por su parte los retratos tenían una intención identitaria, ya familiar, ya corporativa, que anclaba a los individuos en la memoria.

El resto de los géneros se consideraban “menores”: paisajes, bodegones o naturalezas muertas, escenas de vida cotidiana y vánitas (que recordaban lo efímero de la vida). Aunque muchas de las pinturas que pertenecían a estos géneros secundarios también podían contener pequeñas narraciones, enseñanzas morales, o reflexiones, se accionaban prácticamente a través de los sentidos, la experiencia y la memoria, y no tenían sustentos teóricos o textuales la mayoría de las veces.

Su tamaño solía también ser menor, y adoraban casas y en ocasiones lugares públicos civiles. Por su carácter más personal o privado, y menos institucional, las pinturas de estos géneros se han conservado en mucha menor medida, puesto que, si su sentido didáctico se perdía, el comportamiento que promovían cambiaba con el tiempo, o su apariencia no coincidía ya con el gusto de sus dueños, era más fácil desecharlos que un retrato o bien una obra religiosa.

Aunque no es posible determinar si esta escena de taberna llegó a México desde tiempos novohispanos, este tipo de obras son más o menos frecuentemente mencionadas en los inventarios virreinales. Tradicionalmente fueron temas desarrollados en los Países Bajos desde el siglo XVII temprano, donde se produjeron de manera especializada.

Las escenas de tabernas tenían dos sentidos primordiales: divertir y a veces advertir de los malos comportamientos. En estas pinturas suelen representarse personajes alrededor de una mesa, como puede verse en la obra del Museo Amparo, en la que han comido pan y quizá ostras (por el cuchillo, al lado de los restos de comida); así como bebido y jugando a las cartas (algunas están tiradas por el suelo). Es frecuente que se aluda también a los placeres carnales, representados aquí por dos mujeres jóvenes y su celestina más vieja, con cinco varones gravitando a su al rededor. Las ostras eran muy frecuentemente representadas por su supuesto carácter afrodisiaco.

La parte más iluminada de la escena, que ocurre casi en penumbras, representa a una mujer con un escote generoso y señalando sus pechos, objeto de atención de un caballero que fuma y la mira embelesado. Ella parece ofrecerle otra copa de vino, quizá para dormirlo antes de tener que acceder a sus propuestas indecorosas.

La otra mujer joven lleva frutas a la mesa, mientras es tomada de los hombros desde atrás por un personaje que le sonríe y llama su atención. Los otros tres varones, fumando y bebiendo, parecen hablar entre ellos. La taberna se representa oscura, desordenada -como los comportamientos de los asistentes a ella-, muestra un aspecto cotidiano nada solemne y hasta cierto punto jovial. Si bien en estas piezas suele aludirse alguna advertencia moral, en esta pieza el carácter sexual es más evidente, y no parecen aludirse consecuencias negativas. Quizá la pintura simplemente retrata un aspecto de la vida de las clases no privilegiadas en los pueblos campesinos europeos.

En el índice de términos del tratado pictórico de Antonio Palomino, publicado en 1724, se define este tipo de obra, así: “BAMBOCHE, s, m. Especie de país [paisaje] en que se pintan borracheras, ó banquetes flamencos”,[1] lo que indicaría que estas pinturas eran lo suficientemente comunes para tener una nomenclatura particular en España. En el contexto novohispano se conservan también algunas menciones a este tipo de escenas, como por ejemplo en el inventario de obras del artista Miguel Cabrera, que enumera una obra uno de los artistas más conocidos de este género, David Teniers (¿el joven?), pintada sobre madera.[2]

Quizá las obras que más viajaron de esta temática coincidan con la del Museo Amparo: de pequeño formato, sin firma, y temática común, por lo que la pieza es un buen ejemplo del comercio y circulación de arte durante el virreinato.


[1] Palomino, Antonio. El museo pictórico y escala óptica. Tomo segundo. Práctica de la pintura, en que se trata de el modo de pintar el Oleo, Temple, y Fresco, con la resolución de todas las dudas, que en si manipulación pueden ocurrir. Y de la Perspectiva común, la de Techos, Ángulos, Teatros, y Monumentos de Perspectiva y otras cosas muy especiales, con la dirección y documentos para las ideado Asuntos de las Obras, de que se ponen algunos exemplares (Madrid: Viuda de Julián García Infançon, 1724). 

[2] GuillermoTovar de Teresa. Miguel Cabrera, pintor de cámara de la Reina Celestial, (México: InverMéxico, 1995), 273

La mayoría de la pintura en México de los siglos XVI al XVIII tiene temática religiosa, aunque la pintura profana jugaba un papel muy importante también dentro de la sociedad. Abarcaba varios géneros con diferentes jerarquías, según su “utilidad” pública. Al igual que las obras de carácter religioso, tanto la pintura mitológica como la de historia, tenían una funcionalidad didáctica, basadas muchas veces en textos que reflexionaban acerca de las enseñanzas morales, las grandes gestas y valores a imitar. Por su parte los retratos tenían una intención identitaria, ya familiar, ya corporativa, que anclaba a los individuos en la memoria.

Obras de la sala

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