Región | Nueva España | Período 3 | Siglos XVIII-XIX |
Período 4 | Siglos XVIII-XIX |
Técnica | Madera tallada y policromada |
No. registro | VS.ES.025 |
Período | Siglos XVIII-XIX |
Medidas | 103 x 38 x 31.5 cm |
Investigador |
Esta escultura fue identificada en la colección del Museo Amparo como San Fernando, probablemente por la corona que ostenta. No obstante, este elemento no corresponde a la talla original y le fue agregado en un momento indeterminado. Fernando III (1198–1252) fue rey de Castilla y León y héroe de la reconquista, por sus arduos combates en contra de los moros. Fue canonizado en 1671 por Clemente X, a pesar de que desde el siglo XIII popularmente se lo consideraba como tal. Su condición real se representa por la corona, su indumentaria (a veces viste armadura y capa de armiño), la espada (que ilustra la lucha por el control de los territorios) y el globo (que encarna el dominio de los reinos de Castilla y León). Su santidad se traduce por el recurso de la aureola o algún resplandor en la cabeza; a veces tiene la mirada dirigida hacia lo alto en actitud de contemplación.[1] El personaje que se representa aquí no corresponde a estas características. La talla ha perdido sus atributos lo que dificulta su identificación.
La escultura que nos interesa es de un tamaño inferior al natural por lo que originalmente podría haberse encontrado en un retablo. La mano derecha está alzada, en ademán de bendición, mientras la izquierda, al nivel de la cintura, parece haber sostenido algún elemento. El santo está descalzo y viste una túnica verde ceñida con un cinturón con hebilla a la talla y un manto de doble cara, rojo por fuera y blanco por dentro, el cual impregna movimiento a la escultura. Se trata de un personaje joven masculino, con barba corta y bigote. La cara no ostenta mayor detalle anatómico. La encarnación acentúa las mejillas con tonos más fuertes. La visión del joven está dirigida a lo alto y el rostro expresa poca emotividad; más bien parece estar en contemplación.
Podría tratarse de San Juan, uno de los apóstoles y evangelista. Según Héctor Schenone, desde el siglo XVI se acostumbró vestir a dicho santo con túnica verde y manto rojo, sin que se conozcan los fundamentos de esta costumbre.[2] Suele aparecer joven, en una multitud de escenas de la vida de Jesús.[3] Acompañó a Cristo en las Bodas de Caná, estuvo presente en la Transfiguración y en el Huerto de los Olivos. Conocido como el “discípulo amado” reclinó su cabeza sobre el pecho del maestro durante la Última Cena. Al pie de la cruz, único presente entre los discípulos, recibió a la Virgen como madre según las recomendaciones de Cristo. Sin embargo, la postura de las manos de la escultura que nos interesa parece no relacionarse con ninguno de estos episodios.
La escultura guarda similitudes formales con algunas tallas del Museo Nacional del Virreinato. Dos han sido identificadas como San Juan Evangelista mientras otra solamente como Apóstol no identificado, aunque en este último caso también se sugiere una relación con dicho evangelista. En las tres imágenes el personaje es joven, con cabello medianamente largo, con bigote en los tres casos, y barba corta en dos. En todos los ejemplos está descalzo y viste túnica ceñida y manto. En un caso el santo está representado claramente en su papel de evangelista, con el libro en la mano y el águila, su atributo, a los pies, el cual sostiene en su boca un tintero. Para la otra escultura de San Juan Evangelista, se ha propuesto que formó originalmente parte de un Calvario, donde estuvo el apóstol al pie de la cruz, por las facciones del rostro que expresan un profundo dolor. El Apóstol no identificado es tal vez el que más semejanza ostenta con la escultura del Museo Amparo, por la talla del bigote y barba y por la postura de las manos, aunque también en este caso ha perdido los atributos que sostenía. No obstante, en la talla del Museo Nacional del Virreinato, la mano alzada es la izquierda y no está en un ademán de bendición.
El momento específico ilustrado en la escultura del Museo Amparo podría relacionarse con el papel desarrollado por San Juan Evangelista posteriormente a la Ascensión de Cristo, es decir, como apóstol predicando las enseñanzas de Jesús. No es nada extraño encontrar a San Juan Evangelista bendiciendo: fue un gesto hecho por Cristo en su vida, que se repite aún día por los sacerdotes que son los sucesores del colegio apostólico.
La pieza de madera –posiblemente de pino ayacahuite– está finamente tallada y estofada en tres de sus caras. Tiene la parte posterior cuidadosamente vaciada; se pueden apreciar claramente las marcas de las herramientas que se emplearon para desbastar la madera. Se solía cubrir esta cara con tablones por lo que esta parte trasera hueca resultaba ocultada del espectador.[4] Se tiene que destacar la calidad de la talla en el cabello, las manos y los pies. Estos detalles al descubierto son testimonio del buen oficio de la talla. También es de subrayar el minucioso trabajo del estofado que simula el efecto de un rico brocado en las vestimentas del santo. El diseño del estofado de la túnica y del manto es a base de diversos ornamentos vegetales. La simetría de los trazos confirma el uso de plantillas o modelo referencial algo común en la escultura novohispana. También es de notar la riqueza del esgrafiado y el uso de punzones de diversas formas para rayar la policromía. Las formas de diversos grosores, puntos, círculos, etcétera, permiten apreciar el oro que sirve de fondo y ofrece diversas texturas como si fuese brocado. También se puede apreciar que se han empleado diferentes tonos para el fondo de la túnica y del manto; este último a su vez ofrece una doble vista: el estofado es distinto en su cara interior que la exterior. También vale la pena mencionar que el diseño del estofado se adapta a los pliegues de la vestimenta, es decir que se doblan conforme al movimiento de los paños, lo que nuevamente confirma el excelente trabajo del maestro estofador.
[1]. Réau, 1958, III, I: 492-493; Schenone, 1992, I: 323-324; García Collino, 2006: 24, 31.
[2]. Schenone, 1992, II: 528.
[3]. Reáu, 1958, III, II: 708-720; Schenone, 1992, II: 527-530.
[4]. Maquívar, 1995: 83.
Fuentes:
García Collino, Anna Dolores, Las representaciones de San Fernando de La Nueva España, México, UNAM, 2006.
Maquívar, María del Consuelo, El imaginero novohispano y su obra, las esculturas de Tepotzotlán, México, INAH, 1995.
Réau, Louis, Iconographie de l’art chrétien. Iconographie des saints, tomo III, vols. I y II, París, PUF, 1958.
Schenone, Héctor H., Iconografía del arte colonial. Los santos, 2 vols., Buenos Aires, Fundación Tarea, 1992.