Esta pieza ha causado cierta duda para determinar, en principio, si es una figura femenina o masculina; además, presenta una segunda problemática: su falta de atributos hace imposible identificar su iconografía.
La obra muestra una serie de elementos que corresponden con los de una santa. Por ejemplo, el rostro, de talla delicada, tiene rasgos suaves y redondos, características más comunes en las esculturas femeninas. Aunque el ondulado cabello no está recogido en un peinado plenamente de mujer, ni lo lleva largo ni suelto, se percibe en cuestión semilargo y oculto bajo la vestimenta, abultada en la parte alta de la espalda. El cuello es redondo y delgado, no ancho ni de apariencia fuerte.
Tanto las manos como los pies son de tamaño mediano y formas finas, y no grandes, gruesas y con las venas marcadas, como suele observarse en los personajes masculinos. En cuanto a la vestimenta, la palla, anudada al frente y que cae sobre sus hombros, nos remite a una prenda femenil, lo que acentúa la creencia de que definitivamente se trata de una santa. Además, tanto la túnica como el manto cubren la mayor parte de los pies, dejando ver sólo su parte delantera, característica del recato de la vestimenta de las mujeres; en los varones, por lo general, se alcanzan en muchas ocasiones incluso a ver los tobillos.
Por otro lado, la escultura presenta cierto movimiento, proporcionado gracias a la posición corporal de la imagen y a los pliegues de las telas que caen suavemente. La cabeza, de ojos policromados y mirada triste, gira levemente hacia arriba, se flexiona hacia al frente en actitud suplicante; la pierna derecha se dobla y adelanta levemente a la izquierda. Todo lo anterior nos hace proponer que se trata de una talla del siglo XVIII.
De la policromía es importante referir que se pueden distinguir dos manos; la primera y más antigua se observa en fragmentos del rostro, cuya encarnación es menos rosada, y en algunas partes de la vestimenta, cuyo estofado se ha perdido pero conserva restos de color. La segunda está en la mayor parte del cuerpo, donde los colores denotan poco desgaste, a juzgar tanto por el dorado muy brillante como por los tonos rojos y verdes muy vivos y poco usuales en las esculturas novohispanas, existiendo la posibilidad de que la pieza fue estofada de nuevo.
En lo que se refiere a los diseños de la vestimenta, se pueden apreciar dos tipos distintos de motivos vegetales, uno en la túnica y otro en el manto. En la primera, las marcas de punzón están fuera de las formas vegetales, mientras que en el manto, el punzado se encuentra dentro de ellas. Existen zonas en las que el diseño se desdibuja, como en el galón del manto, lo que induce a pensar que el nuevo estofado trató de seguir el policromado anterior, sin lograr el efecto en todas partes. Además, al manto se le esgrafiaron más dibujos florales a los realizados a base de punzón, que no son afines a los que encontramos durante la época virreinal. Del mismo modo, el último policromado insertó dos pequeñas aves en la parte posterior del manto, una semeja ser un gallo y la otra un pavo real. Estos animales esgrafiados tampoco coinciden con el estilo del resto del diseño del manto y pudieran tratarse de un capricho de la última policromía y por lo tanto no tienen un sentido iconográfico.
Finalmente, dos observaciones más reafirman la existencia de un nuevo estofado; por un lado, la policromía de la palla o manto que cubre el cuello y cae en la frente no tiene diseño de cuadros, nada común en el periodo virreinal, y el frente se dejó sin color. Por otro lado, el forro del manto se mantuvo intacto, sin repinte alguno, a pesar de tener restos de color.
Dado que la figura no porta atributos, no se pudo identificar su advocación. Sin embargo, los colores verde y rojo de la vestimenta la relacionan con San Juan Evangelista, a quien “a partir del siglo XVI, se generalizó la costumbre de vestirlo con túnica verde y manto rojo, colores que se han mantenido hasta el día de hoy, sin que se conozcan las razones que fundamentan tal costumbre”. Además, es común que se represente a San Juan Evangelista como “un joven a veces imberbe”, y con rasgos femeninos, fenómeno no raro dado que “el deseo de que su figura fuera el símbolo de la juventud virginal, llevó a los artistas a otorgarle rasgos angélicos y femíneos”. Así, es probable que esta escultura de facciones femeninas hubiera sido repintada para darle un nuevo uso y así una nueva advocación, todo lo cual deberá atenderse en estudios de mayor calado, quedándonos por ahora con lo que hemos defendido: figura femenina de Santa no identificada en su advocación.