En esta pieza el arcángel San Miguel viste, como es usual en el arte por lo menos desde el siglo XV, con faldellín, armadura, botines y casco emplumado. Levanta una espada con la mano derecha, mientras que el brazo izquierdo se eleva frente al torso, probablemente donde sostenía su escudo con el lema “Quis ut Deus” (Quién como Dios). Además, un manto apoyado en sus hombros vuela hacia atrás, a su izquierda, y sirve como apoyo a la figura, detrás de los pies, a la derecha. Tanto el gesto con la espada como su mirada están dirigidos hacia la figura del diablo, sobre cuya espalda está parado el arcángel. El demonio levanta la cabeza y voltea hacia el frente. Ostenta un par de cuernos pequeños y un cuerpo peludo, como puede verse en las estrías que lo cubren casi todo, pero no alcanza a levantarse de las llamas que lo abrazan. Sus rasgos se parecen a los de los faunos: boca trompuda, ojos saltones, nariz ancha y chata. Sólo se conserva parte de su pierna derecha; la izquierda parece haberse perdido.
La historia de la enemistad entre los dos, que contrasta la belleza de la fidelidad a Dios con el horror del pecado, empieza en el libro del Génesis. Recibió un impulso importante en el arte especialmente a partir del siglo XV, en relación con la iconografía de la Mujer del Apocalipsis-Inmaculada Concepción, tan afín al mundo hispano, en la que se le asigna a Miguel el papel de protector de María.
El conjunto está tallado en alabastro blanco, parejo en color y transparencia, menos el ala del lado izquierdo del arcángel, que es de tonalidades variadas y más oscuras que el resto, y también está más rota y restaurada. Igualmente, el brazo izquierdo del demonio debe haberse dañado; parece un reemplazo porque no tiene las estrías del resto del cuerpo del monstruo. En la figura del ángel, el cabello y el casco, que está tallado en una pieza separada, están decorados con oro; su vestuario tiene el tratamiento más complejo de todos los detalles tallados y dorados de la figura.
Es de hacer notar que, aunque el alabastro también está tallado por detrás, lo está con menos detalle, mientras que el dorado está limitado al frente de la pieza. El artista parece haber concentrado sus mayores esfuerzos en las variaciones en el alabastro, logradas mediante la combinación de los detalles del tratamiento de la superficie y la aplicación del oro. El manto queda más blanco porque sólo hay pequeñas manchas de oro en las florecillas insinuadas en el soporte. En la armadura y el faldellín las partes doradas son mayores; cubren roleos, estrías y todos los bordes del atuendo del ángel. El dorado decora los botines por completo y las alas en las partes expuestas a la vista del espectador al frente y a los lados. También da un brillo intenso a las llamas que envuelven al demonio. Vale la pena subrayar que la coraza está trabajada en superficie con pequeñas líneas curvas paralelas, como para dar la impresión de escamas de metal o, por lo menos, para hacerla parecer de un material grueso.
Contrastan con todos estos detalles dorados. el rostro juvenil y delicado, las piernas y brazos del arcángel, que son todos lisos y muy pulidos. Hay que advertir que los dorados parecen haberse renovado en algún momento reciente; aunque sin duda la pieza los tuvo siempre, tal vez no fueron tan intensos en algunas partes. En particular, puede haberse utilizado el oro para tapar los posibles daños a la pieza en la parte inferior a la derecha del ángel, donde parece estar perdida parte de la figura del diablo.
No tenemos datos documentales acerca del lugar y la fecha de manufactura de esta escultura, pero es posible hacer algunas observaciones pertinentes. Ni el tipo de alabastro, tan blanco y parejo, ni el trabajo en la talla parecen ser novohispanos. Aunque esta apreciación podría cambiar conforme conozcamos más ejemplos, hasta el momento las tallas de figuras en alabastro de la región de Puebla, llamadas “de tecali” -por el origen de la piedra-, que están publicadas o a la vista en lugares públicos son, por lo general, de proporciones menos esbeltas y detalles menos refinados.[1]
Por otra parte, sabemos que la talla de figuras en alabastro fue bastante extendida en varias localidades europeas tanto durante los siglos correspondientes al período virreinal como anteriormente y hasta la fecha. Hubo producción muy importante en Italia, Gran Bretaña, el centro de Europa y en España. Considero que la factura de esta pieza se debería ubicar en territorios españoles, pues desde la Edad Media se trabajaron en España figuras y retablos enteros en alabastro, pero también se doraron para resaltar los detalles. Y se hizo lo mismo en el sur de Italia, probablemente debido a la cercanía política y cultural con España. La concentración de estos detalles dorados en la península ibérica hace probable que esta pieza se haya tallado y decorado allí.
Por otra parte, la fecha se debe decidir con base en observaciones formales. El estilo del arcángel delata conocimientos de fórmulas barrocas en la composición y los movimientos de la figura y los paños; sin embargo, el movimiento se ha aplacado, acercándose al gusto neoclásico. Por lo tanto, pienso que la pieza debe fecharse después de mediados del siglo XVIII y posiblemente hacia principios del siglo XIX.
[1] De la Maza, 1966.
Fuentes:
De la Maza, Francisco, El alabastro en el arte colonial de México, México, INAH, 1966.
En esta pieza el arcángel San Miguel viste, como es usual en el arte por lo menos desde el siglo XV, con faldellín, armadura, botines y casco emplumado. Levanta una espada con la mano derecha, mientras que el brazo izquierdo se eleva frente al torso, probablemente donde sostenía su escudo con el lema “Quis ut Deus” (Quién como Dios). Además, un manto apoyado en sus hombros vuela hacia atrás, a su izquierda, y sirve como apoyo a la figura, detrás de los pies, a la derecha. Tanto el gesto con la espada como su mirada están dirigidos hacia la figura del diablo, sobre cuya espalda está parado el arcángel. El demonio levanta la cabeza y voltea hacia el frente. Ostenta un par de cuernos pequeños y un cuerpo peludo, como puede verse en las estrías que lo cubren casi todo, pero no alcanza a levantarse de las llamas que lo abrazan. Sus rasgos se parecen a los de los faunos: boca trompuda, ojos saltones, nariz ancha y chata. Sólo se conserva parte de su pierna derecha; la izquierda parece haberse perdido.