El estilo cerámico de Tlatilco representó las diversas especies animales lacustres presentes en su contexto próximo, entre las que sobresalen dos piezas que ilustran parte de la dieta mesoamericana en esta región: el espléndido pato del Museo Amparo, así como el pescado que se encuentra en el Museo Nacional de Antropología. Su manufactura, además del modelado y el esgrafiado, requirió de un proceso de ahumado y bruñido para adquirir el intenso color negro brillante que las caracteriza.
De manera particular, es muy probable que el pato figurara como uno de los temas recurrentes en la escultura en barro de Tlatilco porque su imagen rebasaba lo puramente anecdótico. Su vuelo y sus sonidos formaban parte imprescindible del paisaje, sus migraciones marcaban el ritmo de las estaciones y no sería sorprendente, aunque no tenemos modo de confirmarlo, que estuviera presente en relatos míticos y que sus plumas integraran atavíos en ciertos rituales.
Por el cuidado con el cual el artista se aplicó a representar con justeza la silueta del ave, los detalles de su pico y del plumaje, podemos suponer que tuvo interés en precisar de cuál especie se trataba, entre las más de veinte que migraban y moraban en los lagos del valle, quizás en función de algún comportamiento particular o de la suntuosidad de sus plumas.
Es probable que desde estos tiempos remotos se utilizara una técnica de cacería ilustrada en el Códice Florentino y en el Mapa de Upsala y que aún perduró en las primeras décadas del siglo pasado. En aguas poco profundas, con los pies en el agua, los cazadores tendían largas redes encima de la superficie de la laguna y atrapaban así en pleno vuelo abundantes aves acuáticas. Así, a primera vista podríamos considerar que el artista alfarero que modeló esta espléndida figura, encontró placer en reproducir el animal que le procuraba una fuente importante de alimento y plumas vistosas.
Además del dominio técnico y de la perfección artística, la pieza llama la atención por el uso de la técnica de la impresión con movimiento de mecedora (el llamado rocker-stamping) común en la tradición olmeca que se hizo fuertemente presente en los inicios de la esfera cultural en la cual participó Tlatilco. Consiste en mecer en un movimiento continuo sobre la superficie aún dúctil de la vasija el borde de una herramienta, en este caso una concha de la cual se pulió la orilla. Esa técnica es interesante también porque remonta a tiempos aún más antiguos de la fase anterior en el Valle de México llamada Nevada. En estos tiempos, los pobladores de la región ya mantenían relaciones con pueblos lejanos de Oaxaca (fase Tierras Largas) y de la costa de Chiapas y Guatemala (fase Ocos) cuando estas tradiciones alfareras mesoamericanas atestiguaban contactos con culturas suramericanas, como la famosa Valdivia de la costa ecuatoriana.
Hacia 1936, los ladrilleros empezaron a explotar la arcilla de Tlatilco y encontraron una profusión de vasijas y figurillas de barro, que atrajo primero a coleccionistas y luego dio lugar a una serie de trabajos arqueológicos. En este entonces, el lugar era bucólico, entre milpas y pastizales; medio siglo después, han desaparecido los últimos vestigios de lo que había sido uno de los entornos más propicios para la vida humana: la cuenca del valle de México con sus sistemas de los cinco lagos intercomunicados de Chalco, Xochimilco, Texcoco, Xaltocan y Zumpango.
Trabajos interdisciplinarios llevados a cabo en Tlapacoya, a la orilla del lago de Chalco, han documentado, en efecto, cómo durante miles de años el hombre pudo llevar a cabo una vida plenamente sedentaria, mucho antes de hacerse agricultor, gracias a la diversidad y prodigalidad de los nichos ecológicos a los cuales podía acceder desde la orilla de los lagos; hasta que hace unos 7000 años, empezó a domesticar el maíz y otras plantas que se añadieron a la profusión de recursos silvestres que le ofrecía la naturaleza, en particular, los lacustres y, entre ellos, las aves migratorias que marcaban el ritmo de las estaciones.
En Tlatilco, la mancha urbana ha desfigurado completamente lo que era la orilla occidental del lago de Texcoco, en las vegas de los ríos Hondo, Los Cuarto y Totolinga que otrora bajaban de la Sierra de las Cruces. Sin embargo, los restos óseos de los antiguos habitantes atestiguan la omnipresencia del medio lacustre en su vida cotidiana. Así lo atestigua una inflamación de la tibia en su extremo distal que presentan muchos individuos por haber estado a menudo en sitios húmedos, a la orilla de lago, para pescar y acechar las distintas especies de patos y otros animales acuáticos.