En el repertorio del arte mesoamericano y en los grupos de obras procedentes de diferentes sitios observamos en ocasiones piezas muy semejantes y que se complementan de tal manera que parecen haber sido realizadas por un mismo artista en un mismo lapso de tiempo. Tal es el caso de esta pieza, que en conjunto con la figura 345 de la colección del Museo, representan a una mujer y a un hombre desnudos. Se diría que forman una pareja y que se hicieron para que fuesen ofrendas en la tumba de un matrimonio, si no fuera por el hecho de que ella está de pie y él sentado. ¿Y si la figura femenina, erguida y más solemne, corresponde con la difunta, y el hombre –aún vivo- sólo figura como acompañante?
Estas pequeñas figuras pertenecen a la llamada tradición Xochipala, una manifestación artística de la cuenca media del Balsas que está representada por un número muy reducido de ejemplares.
Las figuras de la tradición Xochipala pueden situarse en el Preclásico medio, en general, pero hay indicios muy claros que ligan estilísticamente a algunas de ellas con algunas piezas del Valle de México fechadas hacia el año 1000 a.C.
Se caracterizan por un tratamiento de la anatomía en el que es evidente el interés por las formas naturales, a pesar de que se realizan algunas simplificaciones ligeramente esquemáticas: sin embargo, lo que prevalece es el afán por representar el detalle anatómico, como en las plantas de los pies y en los tobillos, por ejemplo. Y ese afán llega a producir una sensación de verosimilitud y expresiones humanas de un realismo muy llamativo.
Uno de los recursos técnicos que definen a la tradición Xochipala es el delicado pastillaje con el que se completan los rasgos de las figuras. En una época en la que otros artistas del barro practicaban pellizcos e incisiones para dar forma y expresión a los rostros, los artistas de esta tradición evitan esos procedimientos para no hundir los pómulos ni alterar de ningún modo el rostro ya modelado.
Entonces agregan finos fragmentos, hilos de barro, pequeños pegotes que asimilan al rostro ya trazado: de ese modo logran las cejas, por ejemplo, a veces notablemente arqueadas y expresivas. Así está formado el pelo, en ocasiones los labios, los pezones. Una pequeña punción en el centro del ojo incrementa curiosamente la expresión de los rostros y completa esa interesante paradoja de que figuras tempranas y relativamente rústicas o ásperas en su acabado están provistas de un realismo y una expresión individual muy notables.
En el repertorio del arte mesoamericano y en los grupos de obras procedentes de diferentes sitios observamos en ocasiones piezas muy semejantes y que se complementan de tal manera que parecen haber sido realizadas por un mismo artista en un mismo lapso de tiempo. Tal es el caso de esta pieza, que en conjunto con la figura 345 de la colección del Museo, representan a una mujer y a un hombre desnudos. Se diría que forman una pareja y que se hicieron para que fuesen ofrendas en la tumba de un matrimonio, si no fuera por el hecho de que ella está de pie y él sentado. ¿Y si la figura femenina, erguida y más solemne, corresponde con la difunta, y el hombre –aún vivo- sólo figura como acompañante?