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Propuestas cardinales como preludio del siglo XXI

La búsqueda de la interioridad como resguardo de la actividad creadora ha sido una característica de parte importante de la pintura mexicana. Desde la pintura de castas y el retrato cortesano del siglo XVIII, pasando por los dos grandes momentos de la definición física y caracterológica del mexicano en el retrato del siglo XIX y en la iconografía posrevolucionaria de la Escuela Mexicana de Pintura, y hasta la fecha, en los discursos de la diferencia y tolerancia, la pintura mexicana está señalada por un afán de caracterización, si no es que de ostentación, de la interioridad. Ostentación que, en la modernidad más próxima, se ha expresado con enorme fuerza y eficacia en obras como la de Frida Kahlo, José Luis Cuevas y Francisco Toledo, y que hoy halla firmes representantes en un Julio Galán, un Nahum B. Zenil o un Arturo Rivera.

En la presente revisión, se explorarán algunas claves de la construcción del mundo interior de los artistas como objeto de su trabajo. En el trayecto, se nos revelará la importancia que mantiene aún el contacto empático del espectador con esa interioridad para conocimiento y comprensión de la obra pictórica. Gran parte de las búsquedas que aquí se reseñan, alcanzaron su máxima expresividad durante la década de los años noventa, época de crisis y revisión generalizada que, en el arte mexicano, envolvió las discusiones sobre la legitimidad de la pintura como arte y de la identidad como objeto imaginario de construcción y reconocimiento. La exposición e ingente sobreexplotación del propio ser, sus conflictos y contradicciones, dieron forma a esa suerte de resistencia estratégica de la pintura, que se apuntaló sobre uno de los más cuestionados legados del romanticismo y la modernidad: el arte como expresión del ser interior del hombre.

Guillermo Sepúlveda l Curador