Pronto se contarán ya cincuenta años de las excavaciones de Torres Guzmán en el Montículo 2 de El Zapotal; un basamento de unos seis metros de largo por tres y medio de ancho; justo en el centro del “adoratorio” apareció la imagen sedente de un personaje descarnado. Un esqueleto de dimensiones asombrosas que sobre el cráneo luce un complejo tocado y por detrás de la nuca se asoman los perfiles de dos magníficas serpientes. La enorme figura de barro se encuentra adosada al muro sur de una construcción de adobes y no fue sometida a cocción alguna. Fue enteramente pintada con colores vivos de entre los cuales el rojo cubría la mayor parte de la superficie corporal de una deidad eminentemente funeraria.
El Mictlantecuhtli de El Zapotal, el “Señor de los Muertos” en lengua náhuatl, guarda cierta relación iconográfica con las llamadas Figuritas Sonrientes puesto que también aprieta entre los dientes la propia lengua. Único elemento que por su valor simbólico no se suprime en la figura como ocurre con el resto de las carnes. A estas últimas figurillas, tan populares en la práctica religiosa de El Zapotal como en los sitios de la región de Tierra Blanca y Tlalixcoyan, nunca se les concibió con la actitud festiva que ahora nos empeñamos en atribuirles. No hubo tal sonrisa y el gesto que dibujan en el rostro –tal y como ya hemos explicado- es más bien el resultado de una mueca cuyo propósito era el evitar que por la boca entraran los aires que enferman y que finalmente producen la muerte.
La boca parece haber sido la parte más sensible del cuerpo de los vivos, en cierta forma es en ella donde se equilibraban salud y enfermedad, vida y muerte. Son muchas las Figuritas Sonrientes que fueron enterradas a manera de ofrenda en este mismo montículo, como si ya hubieran cumplido una función precisa e irrepetible que terminaba por extinguir sus capacidades “mágicas”.
Esta pequeña figurilla de barro cocido donde un impresionante cráneo de boca entreabierta, exactamente igual a la que exhibe la escultura de barro crudo de El Zapotal, sostiene un magnífico tocado aderezado con ganchos en las orillas y con una efigie dispuesta en el centro a manera de rostro, muy similar de nueva cuenta a la cara de aspecto animal que surge sobre la figura de tierra cruda que preside el adoratorio. Es interesante señalar aquí que son realmente pocos los ejemplos de Mictlantecuhtli que conservamos como resultado de una producción alfarera orientada a la fabricación de figurillas de pequeño formato y, sin duda, esta pieza es excepcional entre ellas.
Pronto se contarán ya cincuenta años de las excavaciones de Torres Guzmán en el Montículo 2 de El Zapotal; un basamento de unos seis metros de largo por tres y medio de ancho; justo en el centro del “adoratorio” apareció la imagen sedente de un personaje descarnado. Un esqueleto de dimensiones asombrosas que sobre el cráneo luce un complejo tocado y por detrás de la nuca se asoman los perfiles de dos magníficas serpientes. La enorme figura de barro se encuentra adosada al muro sur de una construcción de adobes y no fue sometida a cocción alguna. Fue enteramente pintada con colores vivos de entre los cuales el rojo cubría la mayor parte de la superficie corporal de una deidad eminentemente funeraria.