La superficie crema bruñida de ambas vasijas presenta manchas que van del negro al anaranjado debido a condiciones cambiantes de cocción, pero la vasija tiene además un baño anaranjado en la cara y en el vientre, mientras que conserva en las incisiones de los ojos, la boca y los dedos restos de hematita rojo, puesto después de la cocción.
Por lo demás, las figuras son muy similares en la manera de fusionar aspectos humanos y animales. La cara corresponde al hocico largo y puntiagudo de una zarigüeya o tlacuache, con dientes y colmillos filosos y orejas pequeñas y redondas, aunque en el caso de la nariz afilada, es más humanizada. Los pequeños brazos podrían verse como las patas delanteras del animal y la parte voluminosa del cuerpo que transforma el ser en una olla podría ser una referencia al marsupio en el cual la hembra protege a las crías.
Pero lo demás es humano: la postura vertical de cuclillas y la parte trasera de la cabeza, la cual parece recubierta de una gorra o de un pelo rizado que en nada podría aludir al pelaje hirsuto del animal; curiosamente en esta transfiguración, el tlacuache ha perdido su larga cola pelona que lo caracteriza. Ese ser fantástico, hombre enmascarado o transformándose en un animal lleva a pensar en la posibilidad de que se trata de evocar las facultades mágicas de un personaje poderoso y enigmático.
Esas obras nos introducen así en el pensamiento religioso y la vida ritual de los antiguos pobladores del Valle de México. La naturaleza precisa de ese personaje nos escapa, ¿chamán, nahual? El tlacuache, animal astuto, marsupial nocturno, tiene un comportamiento muy llamativo cuando cae en un coma involuntario provocado por el miedo extremo y, por ende, parece fingir la muerte para luego revivir. Además, es singular entre todos los animales por su marsupio. Ha inspirado varios mitos y leyendas mesoamericanas que perviven en la actualidad.
Lo consideran como el que robó el fuego a los dioses para compartirlo con los humanos, y por ende es visto como el antepasado benefactor y civilizador. Entre los remedios tradicionales, figura como poderoso agente para inducir las contracciones del parto, y asegurar los nacimientos. Su relativa frecuencia en el arte de la cultura Tlatilco sugiere que las representaciones de este animal singular han rebasado definitivamente el dominio de las simples apariencias de la vida cotidiana para dar forma a pensamientos complejos aunque difíciles de descifrar. Estas figuras que evocan metamorfosis nos remiten también a la importancia que revistieron las máscaras en la vida ritual de estos tiempos, máscaras de barro con expresiones humanas, animales o fantásticas muy diversas, ofrendadas en entierros o puestas en la cara de ciertas figurillas.